Análisis

¿Qué es la historia del libro? (1982 vs. 2006) de Robert Darnton

¿Qué es la historia del libro? (1982 vs. 2006) de Robert Darnton

Invitados LN
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-19

El texto, ¿Qué es la historia del libro?, publicado en 1982 por Darnton el Joven (como lo distinguiré para este texto), arranca con una disimulada declaración: el término historia del libro, con toda la pomposidad que trae adherida, “podría incluso llamársela historia social y cultural de la comunicación impresa”, pues el autor no es muy afín a la idea del estudio de un objeto único (libro), sino que se aferra a la investigación holística al afirmar que “su finalidad es entender cómo se transmitían las ideas a través de la imprenta y de qué manera la exposición a la palabra impresa afectó el pensamiento y la conducta de la humanidad en los últimos quinientos años”, pero de todas formas es un entendimiento alrededor del objeto; ni más ni menos. Esto lo afirma con la seguridad que esa corriente multidisciplinar de investigación, integrada por personalidades como Chartier, Febvre, Bourdieu, Jauss y otra larga lista de nombres, alcanzaría con rapidez el reconocimiento y aceptación de la academia. Pero advierte que esta no se da por generación espontánea, sino que “comenzó en serio durante el siglo XIX, cuando el estudio de los libros como objetos materiales condujo al surgimiento de la bibliografía analítica en Inglaterra”.

Sin embargo, en la lectura no tarda mucho en dibujarse el gran problema metodológico: ¿cómo hacer la historia de una tierra de nadie situada en la intersección de media docena de campos de estudio? La solución que da Darnton es olímpica, solo que después vuelve a enredar la pita: “para distanciarse un tanto del desenfreno interdisciplinario y ver el tema en su conjunto, tal vez sea útil proponer un modelo general para analizar el nacimiento y la difusión del libro a través de la sociedad”, aludiendo al trabajo de la escuela de los Annales en cuanto a la concentración en la historia socioeconómica. Lo anterior lo dice para calmar el vértigo de lo que, para él, debe incluir este modelo general:

La historia del libro se ocupa de cada fase de este proceso y del proceso en su conjunto [la cadena del libro], con todas sus variaciones en el espacio y el tiempo y todas sus relaciones con otros sistemas, económicos, sociales, políticos y culturales, en el medio circundante.

Por supuesto, el Joven Darnton aterriza el ambicioso proyecto pues “para mantener su tarea dentro de dimensiones manejables, los historiadores del libro suelen tomar un segmento del circuito de comunicaciones y lo analizan de acuerdo con los procedimientos de una sola disciplina”. Pero, cobijado por el derecho intelectual a la ambigüedad, es bastante insistente con que “las partes sólo cobran plena significación si se las relaciona con el todo, y alguna concepción holística del libro como medio de comunicación parece necesaria si se pretende que la historia del libro evite quedar fragmentada en especializaciones esotéricas apartadas unas de otras por técnicas arcanas y malentendidos recíprocos”. Este ir venir entre lo particular y lo general quedaría mucho más preciso si, de entrada, el autor plantease un estudio sistémico del problema donde la historia de la comunicación, que abarca autores, editores, impresores, proveedores, expedidores, libreros, lectores, bibliotecas, etc., contempla también factores externos que influyen en el proceso como las influencias intelectuales y publicidad; la coyuntura económica y social y las sanciones políticas y legales.

Una vez expuesta esta idea de un modelo general, Darnton dedica varias páginas para desplegar, ante nuestros mareados espíritus investigativos, un catálogo de posibles problemas de estudio según cada eslabón de la cadena de valor del libro.

Taller de encuadernación en el Siglo XVIII

Sobre los autores, progenitores de todo contenido, señala que las condiciones básicas de la autoría siguen siendo oscuras para la mayor parte de los períodos de la historia. Con cierto ánimo de familiaridad, el jovenzuelo enumera preguntas como: “¿En qué momento los escritores se liberaron del padrinazgo de los nobles acaudalados y el Estado a fin de vivir de su pluma? ¿Cuál era la naturaleza de una carrera literaria, y cómo se la llevaba adelante? ¿Cómo trataban los escritores con los editores, los impresores, los libreros, los críticos? ¿Y cómo se relacionaban entre sí?”. Lo mismo hace con los impresores, con preguntas como: “¿cómo hacían los impresores para calcular los costos y organizar la producción, especialmente tras la difusión de la imprenta comercial y el periodismo? ¿Cómo afectaron los cambios tecnológicos la administración de la mano de obra?; y con los libreros exhorta consagrarles más trabajos como agentes culturales.

En lo concerniente a los editores, tema sobre el cuál Darnton reprocha a los historiadores el apenas haber rasguñado la superficie, propone preguntas como: “¿De qué manera los editores redactaban los contratos con los autores, forjaban alianzas con los libreros, negociaban con las autoridades políticas y manejaban las finanzas, los suministros, los envíos y la publicidad?”. Si se observa, lo que se propone es una historia de la empresa editorial, pero por desgracia, él reconoce que este trabajo, eminentemente archivístico, se ve limitado dada la extrañísima costumbre de los editores de tratar sus archivos como si fueran basura.

Darnton admite que dentro de este cosmos la esencia misma del libro. La lectura es sujeto de amplísimas retóricas, ya que, a pesar de la existencia de una voluminosa literatura sobre su psicología, fenomenología, textología y sociología, sigue siendo misteriosa y por ahora no hay respuestas a las permanentes preguntas: ¿Qué se lee, por qué, cómo y cuál es su significado?

No obstante, siendo fiel a su doctrina generalista, el carismático joven redondea estos posibles temas cuando dice: “Las líneas de investigación podrían conducirnos en muchas direcciones, pero, en última instancia, todas deberían resultar en una comprensión más amplia del papel de la imprenta en la conformación de los intentos del hombre de explicarse la condición humana”.

Retorno a la historia del libro

En Retorno a ¿qué es la historia del libro?, ya en 2006, aparece un Darnton aparentemente más maduro, conciliador y entusiasta con la evolución de la corriente. Arranca este artículo sintetizando la labor investigativa en tres puntos, a saber: ¿Cómo nacen los libros? ¿Cómo llegan a los lectores? y ¿Qué hacen los lectores con ellos?

Sin embargo, untado el dedo, este viejo Darnton desempolva su mantra: “si queremos responder estas preguntas, necesitaremos una estrategia conceptual para reunir los conocimientos especializados y contemplar el campo en su totalidad”, pero esta vez centra su disertación en la figura del editor dada “la complejidad incorporada a las tareas cotidianas de los editores”. Además, menta la existencia de otros actores o fenómenos a la cadena, como la piratería previa a la escaramuza por el copyright (siempre pensada para el vulgo), y la existencia de unos personajes que todavía se piensan como la vanguardia del siglo XX: los agentes. Sobre estos últimos, Darnton el sabio nos cuenta que:

Los agentes parisinos escribían informes regulares sobre el estado del comercio librero, las condiciones políticas, la reputación de los autores y los últimos libros que hacían ruido entre los profesionales del oficio. En algunos casos, los informes constituyen un comentario continuo sobre la vida literaria, y se los puede leer como fuentes para una sociología histórica de la literatura.

Sin embargo, los agentes aparecen acá como informantes y sondeadores de mercados cuya función se engrana con una más totalizadora. Este sabio y mañoso Darnton parece querer interpelarnos la necesidad de entender y estudiar el problema de la historia del libro como un problema de historia de empresas editoriales. En particular los editores, como portaestandartes de la industria cultural que “habitaban un mundo que no podemos imaginar a menos que leamos sus archivos y estudiemos su negocio desde adentro”. Pero su centralidad no es gratuita. Como hemos visto, estos directores-modulares de orquesta lidiaban, lidian y lidiarán con varios procesos simultáneos para poder maximizar sus utilidades. “Lo que más me impresionó fue la necesidad del editor de jugar a varias puntas mientras el suelo cambiaba bajo sus pies”. Aunque finalmente admite que siempre ha procurado destacar las interconexiones de los eslabones de la cadena.

Luego de esta ampliación, dos décadas después a sus ideas del 82, este viejo y humilde Darnton admite la pertinencia de las posturas de Adams y Barker, los cuales “fundan su análisis en lo que llaman “documento bibliográfico” y no libro. [Ya que] Ese enfoque da cabida a los impresos efímeros, un detalle importante, porque las imprentas dependían mucho de pequeños trabajos y encargos especiales”. Además, en un acto de contrición admite que “Estos autores consideran que mi énfasis en la gente es un síntoma de mi enfoque general, derivado de la historia social y no de la bibliografía y dirigido a la historia de la comunicación y no a la historia de las bibliotecas, donde los libros suelen encontrar su postrera morada”.

En un giro interesante, Darnton recibe con entusiasmo (¿o no?) la nueva propuesta esquemática de estos autores. En mi opinión, creo que el aporte más importante es la inclusión del componente supervivencia. La historia del libro, a lo Darnton, es la historia social y cultural de elaboración y circulación de un objeto en concreto; sin embargo, este par de proponentes aparentemente quieren voltear la mirada hacia la evolución de las obras soportadas en aquel documento bibliográfico. Me parece una opción interesante ya que, a diferencia de Darnton que, sea viejo o joven, parece anclarse en la especificidad histórica, Adams y Baker arrojan un análisis que entrecruza diacronía y sincronía en cuanto a la supervivencia de las obras. La historia del libro no como objeto concreto sino como soporte de un contenido que se transforma según las necesidades de sus públicos y las formas de difusión disponibles, pero contenedor a fin y al cabo de una materia prima que, si apela lo suficiente a las ideologías que lo acunan y esculcan, logrará laurearse por un momento en el canon.

Para terminar, me parece poco conveniente afiliarse ciegamente a la propuesta generalista de Darnton, ya que este es hijo precisamente de su escuela. Hemos visto a un Darnton bastante cómodo en su posibilidad de acudir a los archivos de las empresas o sociedades de tipógrafos, en lugar de un Darnton preocupado por las particularidades de los circuitos no europeos de la cultura impresa. Por eso, tal vez como queriendo levantar la bandera blanca, este viejo Darnton admite que: “Por haber intentado representar las fases interrelacionadas en el ciclo de vida de una edición, no hice justicia a fenómenos como la preservación y la evolución en la larga duración de la historia del libro”.

Andrés Gulla para Laguna Negra

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