Opinión

Por el amor de Henry Greenbaum

Por el amor de Henry Greenbaum

Charlotte Clymer
Imagen portada de
Camilo Calderón
2022-01-30

Por aproximadamente año y medio trabajé en el Museo de Memoria del Holocausto de los Estados Unidos, aquí en Washington D.C. como una agente de servicios a los visitantes. En mi primer día estaba caminando con mi supervisor, quien en un punto me empujó para decirme:

“¿Ves a ese hombre? Él es Henry. Asegúrate de hablarle”

Henry Greenbaum nació en Polonia en 1928. Su padre falleció antes en la guerra, su madre y dos de sus hermanas fueron asesinadas en Treblinka, y tres más de sus hermanas murieron en un campo de concentración cercano. Solo Henry, su hermana Dina y sus hermanos Zachary y David sobrevivieron.

Henry sobrevivió ese campo de concentración, luego un tiempo en Auschwitz, luego en Flossenbürg y si él y sus colegas Sobrevivientes no hubieran sido liberados mientras marchaban hacia la muerte, probablemente habría sido asesinado en Dachau.

Yo estaba impactada por él cuando lo conocí, y él no tenía tiempo para eso. No quería que lo tuvieran en un pedestal. Quería conectar genuinamente con la gente. Era gracioso y cálido y se tomaba su tiempo para conocer a los trabajadores del museo. No sorprende que su inteligencia emocional fuera extraordinaria.

Sí, tenía una misión personal —él venía cada semana a hablar con los visitantes del museo por varias horas, contando su historia una y otra vez— pero también quería compañía. Le encantaba reír. En esa época estaba saliendo con otro miembro del equipo, y Henry insistía en que debíamos casarnos.

Un día vino con un puñado de sus viejas corbatas y le dijo a todo el equipo que podíamos llevarlas. Repartió algunas, incluyendo una para mí. Cuando me declaré homosexual unos años después, me deshice de todos mis atuendos masculinos, incluyendo mis corbatas. Excepto la suya. Aún la tengo.

A pesar de la vastedad de su pérdida y sufrimiento, Henry aprovechó la mayor parte del tiempo que le quedaba. Él quería disfrutar la vida, la compañía de otros y también contar su historia a cuantas personas pudiera. ¿Por qué? Por las memorias de quienes no pudieron sobrevivir.

Este hombre pudo haber hecho cualquier cosa que hubiera querido por el resto de su vida, y nadie le hubiera considerado menos. Y aún así, él justificaba venir al museo cada semana y contarle su historia a desconocidos que nunca habían conocido a un Sobreviviente.

Henry sabía que su generación estaba volviéndose parte de la historia y todos dejarían pronto este mundo. Creo que él se preocupaba de que al no tener Sobrevivientes cerca para contar sus historias, el mundo se volviera complaciente y cayera en los horrores de los que su juventud fue testigo.

Yo era bastante ingenua al respecto. En 2014, no apreciaba su preocupación tanto como debía. Estaba trabajando en un museo de renombre mundial, visitado por millones de personas cada año, en una cultura nacional que nunca escasea historias sobre el Holocausto. ¿Cómo sería posible ser complaciente?

A pesar de toda su calidez y humor, Henry no veía el mundo de esa forma. Él creía en la bondad de la humanidad, y también estaba agudamente consciente de qué tan mal podrían cambiar las cosas si no nos educamos consistentemente sobre estos horrores y cómo se hicieron realidad.

El Holocausto no ocurrió de la noche a la mañana o incluso por un par de años. Fue el resultado de un goteo constante de veneno durante muchos años que privó de derechos, deshumanizó y asesinó millones de inocentes. Y no fue posible sin que los ciudadanos del común lo aceptaran: maestros, doctores, abogados, clérigos, tenderos, amigos, amantes, vecinos, gente ordinaria como la que vemos diariamente a nuestro alrededor. Personas que nosotros. Nunca estamos demasiado lejos de esa aceptación. Siempre es inminente. Henry lo sabía.

Cuando dejé el museo en 2014 estaba agradecida por la experiencia pero al mismo tiempo no me impactó lo cerca que estaban esas amenazas, así como Henry las describía. No solo ahora mismo, ni hace diez o veinte años, sino la forma como el odio inexplicable siempre está presente y debe revisarse.

A la mayoría de estadounidenses nos encanta imaginar que seríamos justos y siempre nos enfrentaremos contra el odio. Vemos películas o leemos libros sobre el Holocausto y pensamos que haríamos las cosas de una forma diferente. ¿Pero lo haríamos? ¿En serio?

Ayer me enteré que la Junta de Educación del condado de McMinn en Tennessee votó, 10 a 0, para censurar “Maus”, la icónica novela gráfica ganadora del Pulitzer sobre el Holocausto, una que está escrita para educar a los niños. Censurada supuestamente por desnudez y violencia.

Por alguna razón, todos los otros libros en las escuelas del condado de McMinn que muestran violencia y desnudez —Shakespeare, Hemingway, y, claro, la Biblia— no fueron censurados. Estos eran apropiados. Estos estaban bien para los niños, nos dijeron. Solo no el del Holocausto.

No es solo el Holocausto, por supuesto. Libros sobre supremacía blanca, la historia de la esclavitud en los Estados Unidos, narrativas LGBTIQ+, etc. Estos libros están siendo censurados por juntas escolares también, y a una cantidad cada vez más grande en el último año.

Henry murió en 2018 y a menudo pienso en él. Extraño nuestras conversaciones. Pero durante este último año mis pensamientos se han enfocado en su persistente preocupación, esa que viene cada semana, cada mes, cada año.

Nunca estamos demasiado lejos del proceso que llevó a esos horrores, y me hubiera gustado preguntarle más cosas a Henry sobre todo esto. Para eso él estaba ahí. Me arrepiento de no haberle pedido cada pequeño fragmento de sabiduría que voluntariamente quería ofrecer.

Tengo fotos con Henry cuando yo estaba en el clóset, que son solo para mi. No me gusta mostrarlas. Y aún así la foto que sí muestro no le hace justicia a su calidez. Pero aquí es donde se sentó durante varios años, contándole su historia a cualquiera que quisiera escuchar.

Te quiero, Henry.

Fotografía: The Washington Post


Escrito originalmente por Charlotte Clymer y traducido (con autorización de la autora) por Camilo Calderón para Laguna Negra. Charlotte Clymer es escritora, activista y veterana militar estadounidense y vive en Washington, D.C. Fue secretaria de prensa en the Human Rights Campaign, una organización que avanza los derechos de la comunidad LGBTIQ+. Ha escrito para the New York Times, Washington Post, Boston Globe, the Guardian, TIME, Newsweek, entre otros. [Twitter] [Perfil Profesional]

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