Análisis

Música ¿satánica?

Música ¿satánica?

Cristian Moreno
Imagen portada de
2020-07-28

A pesar de referirse a toda música que tenga guitarra eléctrica y haga que la gente mueva la cabeza o toque guitarras invisibles, mi madre sigue creyendo que ‘me gusta la música satánica’.

Y pues sí.

A pesar de su histriónico y muchas veces patético satanismo (que ha mudado con los años de la satanofilia al paganismo, al nihilismo, o la cuasi teología), a pesar de los asesinatos, los cabros y la sangre sin las que no sería tan popular, yo adoro el black metal. Para ser justo, por todo eso y a pesar de todo eso.

Tan amplio como el hip hop o la música pop, el black metal es un pequeño invento del norte de Europa, un pequeño engendro lleno de odio y discordia que creció, turbulento y sin piedad, en el seno del estado de bienestar y se globalizó gracias a su pésima reputación y el descuido aparente del sonido. A parte de cierto punk y los Birthday Party, no creo que voz, guitarra, bajo y batería vayan a sonar tan jodidamente rayados y crudos como en el black.

Como no voy a convertir esto en una apología mejor empiezo con la reseña.

***

In every night there’s a different black
Vikernes

Le leí alguna vez a Ernst Gombrich que la pintura debe más a la tradición pictórica que a la observación directa de la realidad. Aunque no recuerdo dónde leí eso, creo que Gombrich quería con ello decir que el arte debe más al arte precedente que a la realidad a la que se supone imita, o de la que toma prestado sus objetos; una tradición artística pesa más que la realidad o el mundo al cual el arte ofrece una alternativa, erige un crítica o retrata sin miramientos. No creo que la música escape a ese dictamen. Aunque probablemente sea obvio, en parte por darlo por sentado no me había dado cuenta lo bueno que es el Filosofem de Burzum hasta que oí que otra banda había tomado un riff de una de sus canciones. Al reconocerlo de inmediato el riff de Jesu Død en el track 3 de un pequeño y poderoso disco de los MGLA que se llama Groza, comprendí no sólo lo que decía Gombrich sino la conexión entre MGLA y Burzum. Cansados de toda la parafernalia que rodea al black, tanto Vikernes como los polacos tratan de reducir el metal a su más mínima expresión: la potencia y efectividad de su sonido.

El Filosofema de Burzum es una lección maravillosa de elegancia porque puedes contar con los dedos de la mano la cantidad de riffs que usa en 64 minutos y te sobran dedos; Vikernes los repite una y otra vez con pequeñas variaciones en las tres largas canciones que abren el disco que, a su vez, se cierra con tres piezas atmosféricas anunciadas por el uso del sintetizador en el primer track (Burzum); las letras también giran alrededor de cuatro, quizá cinco temas: la naturaleza (el bosque frío y el agua helada), la muerte (en ese mismo invierno hostil), el día (es decir la luz considerada como amenaza de eternidad) y la noche (es decir la oscuridad, única e inmediata depositaria de las confesiones de un jovencito Vikernes nictofílico) y la figura del mal ‘alrededor de la cual todas las flores se marchitan’ en el track 2 (Jesu Død); todos temas conjugados en una pequeña apología de un paganismo que se anuncia con el sonido como de instrumento de viento al final del track 3 (Beholding the Daugthers of the Firmament)  y en la portada del disco.

Distorsión agresiva de la guitarra pasada a través del estéreo regular en lugar de pasar a través de un amplificador, voz pasada a través de un manos libres y batería monótona a veces suenan a lluvia y otra veces a desesperación, hasta que la segunda parte el disco intenta hipnotizarnos con dos o tres notas durante 25 minutos (Rundtgåing Av Den Transcendentale Egenhetens Støtte, track 5) y dos canciones llamadas Decrepitude una versión con la voz opresiva y otra sin ella (tracks 4 y 6). Sí, suena como debe sonar el black: cochino, crudo, asquerosamente producido. Sin embargo, a la selección de esos elementos crudos se les opone las notitas del sintetizador, al que no le bastan sino tres ligeramente variadas que dan la impresión de ser el metrónomo que ralentiza y elonga la ejecución del ruido resultante de la pésima grabación y producción. La repetición y el contraste entre riffs y notitas es lo que da unidad y sentido al ruido del disco, lo que lo hace tan efectivo.

Vikernes, en su redada contra el cristianismo y en favor del paganismo compone el disco para mostrar la superioridad de este último, y eso se nota (yo elucubro) en la segunda parte del disco, la ambiental. A la monotonía de Decrepitude I en la que se advierte de los peligros de la luz, Vikernes opone los 25 minutos casi solemnes de Rundtgåing… La oposición convierte a Decrepitude I en Decrepitude II, un track espejo del primero pero reformulado al pasar a través del sintetizador de Rundtgåing… El resultado es un cierre pacífico, inusual para un disco de black metal que, al contrario de lo que mamá podría creer, no tiene nada de satánico. Sólo otro matiz de lo oscuro.

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