Opinión

Relámpago en la doble vía

Relámpago en la doble vía

Ángel Carrillo
Imagen portada de
Ángel Carrillo
2022-02-15

El 9 de octubre de 2021 nuestra colaboradora Paola Montero bailó su artículo Espacio Doméstico como Cuerpo Danzante. Sin planearlo esa noche surgió otra rama de la exploración sobre danza y movimiento; Ángel Carrillo construyó una interpretación del performance a partir del registro fotográfico y con este una pregunta sobre cómo se entretejen el movimiento, lo íntimo de la mirada y la fotografía. Hace poco Ángel nos contó que para lograr las fotos él también había danzado. Ese baile personal hace parte de su mirada en las fotos y el texto de esta publicación.

Jorge pasó todo el día con una cámara profesional al cuello, montada con un teleobjetivo que pesaba aún más que el cuerpo mismo del aparato. Casi dos kilos en movimiento pendular sobre el diafragma y el abdomen del estudiante. Le habían encargado el registro pormenorizado de un recorrido guiado a través del barrio El faro, en lo alto de la comuna 8 de Medellín. Un sector con un largo historial de luchas en defensa del territorio y del agua. Yo participaba en la jornada como  editor de un semillero de investigación de una universidad en Bogotá, no como fotógrafo. Vi al muchacho hecho uno con la máquina y lleno de entusiasmo a pesar de sus dudas sobre cómo operarla y cómo exponer imágenes a la intemperie. Mientras la luz plena del mediodía cambiaba rápido y las sombras se movían sobre el piso y el pasto inclinado por el viento y sobre las personas y los muros sin pañete, Jorge ejecutaba las posturas de rigor, sudando. Doblado sobre su eje. En puntas de pie. Acurrucado. Lo imaginé dentro de la cámara: buscaba el objeto de su observación.

Cada tanto se me acercaba con una duda mecánica que yo trataba de resolver con la mayor precisión técnica que me fuera posible. Problemas con el foco y la profundidad de campo. Exceso de luz y su relación con la velocidad de obturación. Ese tipo de asuntos. Cuando regresábamos, después de alcanzar el mirador de la virgen, me preguntó en qué me fijaba yo. ¿Cómo así? En qué se fija usted para tomar una buena foto, me dijo. Era una pregunta complicada. ¿Debía tomar el camino de la técnica, establecido ya en el principio de sus dudas, o acaso ponerme bien intenso y hablar de la construcción de la mirada y del aura y de la presencia en el tiempo y del tupido bigote de Benjamin? Un amasijo de nubes avanzó sobre nuestras cabezas desenfocando la silueta oscura proyectada por un arbusto. Las piedras bajo nuestras suelas estaban calientes. Un parque infantil a medio construir, dos niños en el sube y baja: uno llora arriba sin poder bajar, sacude las piernas. El sonido de unas palas mezclando el cemento: vecinos descamisados echando plancha. Me fijo en lo que está más allá de la cámara, le dije finalmente mientras bajábamos por la carretera destapada y las palabras en la boca me parecieron desabridas. En los elementos de la naturaleza, le dije también. Las nubes que tapaban el sol pasaron y las sombras cobraron nuevamente su definición.

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<<Vemos lo que creemos ver, construimos narraciones en torno a las imágenes que descubrimos en nuestro entorno, damos coherencia al mundo que perciben nuestros sentidos a través de un vocabulario heredado o aprendido>>, dice Alberto Manguel en las palabras preliminares de la edición de 2016 del fotolibro de André Kertész titulado Leer.

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Una respiración profunda durante la toma de un retrato puede significar un cambio en la proyección de la imagen: puede modular la psicología de la fotografía. Crear otra ficción a partir de un movimiento minúsculo y vital. Pienso la fotografía como un movimiento bidireccional, el encuentro de las corrientes que ocasiona otras corrientes, no como sustancia estática o imagen congelada. Busco un relámpago en la doble vía, aquello que se desborda cuando hay un encuentro cinético y espiritual entre quien toma la foto y quien es fotografiado, bien sea un territorio, un animal, una persona, un mundo. De allí brota una materia que puede sostener en la mano la fotógrafa o el fotógrafo junto a su cámara, como el artesano que aprieta un material para evaluar su naturaleza y sus condiciones. Para evaluarse a sí mismo, también. Y en la mano del artesano, explica Richard Sennett, siempre hay un ritmo: un movimiento.

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<<Yo iba preocupada, preguntándome cómo hacer para recordar luego esos paisajes. Me senté junto a una cañada a oír el agua, a demorarme. Aspiraba a volver a sentir, cuando lo quisiera en el futuro, esa agua que no se detenía (…) En una laguna cerca del volcán, nuevamente me preocupó no poder recordar lo que veía. Trataba de estar presente, de durar mientras pasaba. Me fijé en una planta del suelo que parecía una lechuguita. Miré su centro, donde las hojas nacían y todas convergían, y prometí que encontraría el ojo de las cosas —donde vive su satisfacción, donde ellas permanentemente están surgiendo—, sin salirles al paso ni espantarlas>>, dice Carolina Sanín en El pesebre.

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Paola bailó una crónica que escribió sobre su experiencia en distintos talleres virtuales de danza después de que la cuarentena imposibilitara la presencialidad. Cuerpos con la necesidad de atravesar pantallas y dimensiones, entrenando en sus espacios íntimos lejos de los otros. Yo tomé las fotografías de esa improvisación, de ese ejercicio anfibio de periodismo performático: el resultado es la serie de imágenes que acompaña este texto. Y como también ayudé a editar la crónica me resultó difícil modular el volumen de las palabras que ocupaban mi mente para empezar a contemplar la danza como lo que era, un vínculo entre lo escrito y el movimiento:

<<Su cuerpo movido por energías profundas crea otros tiempos (…) Respirar es uno de nuestros mecanismos fundamentales de transformación (…) El movimiento de una raíz; minucioso, imperceptible (…) ¿Qué otra cosa sino el movimiento podía ayudarme a rodear esos temores pasados que tantas veces había preferido no reconocer? (…) Antes de llegar allí olisqueamos el terreno con nuestro hocico de jaguar (…) Romper los paradigmas del tiempo o del espacio, la idea de un tiempo continuo, lineal (…) Improvisar surge de un estado de conciencia máximo, una dimensión que observa al cuerpo como si fuera ajeno>>.

Me arrastré por el piso con la cámara en las manos cuando la mujer se arrastró. Me moví con ella. No sabía a ciencia cierta lo que sucedía dentro del cuerpo de Paola. Podía escuchar su respiración agitada y el contacto de su piel contra los listones de madera del piso. Se me calentaron las manos. Disparé lento, como si me administrara una dosis peligrosa. Por un momento corto abandoné la necesidad imperiosa de la explicación verbal. Somos a la vez beneficiarios sociales y prisioneros mentales de la lengua que utilizamos, dice Román Gubern citando a Wittgenstein en su Metamorfosis de la lectura. También aspiraba a volver a sentir, cuando quisiera en el futuro, ese baile —a ratos errático, a ratos intempestivo— que no se detenía.

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<<Hemos oído hablar de cantos inspirados, poesía inspirada, de pintura inspirada, es decir, producciones hechas en determinados momentos de intensidad o lucidez, cuando la persona se siente como instrumento de transmisión, como un estrecho canal entre dos océanos. (¿Acaso se sienten así los teléfonos?) Este sentimiento es propio de la mística y del éxtasis, ¿por qué negarlo? (…) Uno siente, uno ve a través del visor [de la cámara] un mundo más allá de las superficies. El visor se vuelve como las palabras de una oración o de un poema, como dedos o cohetes adentrándose en dos infinidades: el inconsciente y el universo visual-táctil>>, dice Minor White en El ojo y la mente de la cámara.

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Aún sigo rumiando la respuesta que me gustaría dar a la pregunta de Jorge. Voy pisando con cuidado los ladrillos sueltos. Hubiera querido decirle también: me fijo en el movimiento.


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