Análisis

Epifanía: una película para sentir a mamá

Epifanía: una película para sentir a mamá

Viv.ácida
Imagen portada de
Equipo Laguna Negra
2020-10-19

Epifanía es una película en la cual pesa más el amor a una madre que las concepciones sociales que tengamos para entenderla

Imagine tener una epifanía de la muerte de su mamá mientras está a millas de distancia. Emprender un viaje para encontrar a esa mujer que ama inmóvil en una cama, como una imagen religiosa, con nada que envidiar a una santa. Una mujer con el corazón puro que sería capaz de venir del más allá sólo para despedirse. Así inicia Epifanía (2016), el tercer largometraje dirigido por Oscar Ruiz Navia junto a la realizadora sueca Anna Eborn. Una película que, como dijo el director, es para sentirla más que para entenderla. Y tiene razón porque después de 2 minutos no pude contener las lágrimas por sentir tan cercanas esas imágenes. Sólo pensar en lo dolorosa que sería la muerte de mi mamá me estremecía y la imaginaba en cada escena.

Esta suerte de documental y ficción a cuatro manos se divide en capítulos que son muy diferentes entre sí pero guardan el mismo sentir: rememorar a la madre. Por un lado, Anna Eborn tuvo que despedirse a muy temprana edad de su mamá y por ello, creo yo, al comienzo Epifanía es tan onírica. Como el título y la etimología de la palabra lo advierten, nos presentan un ambiente que se siente desolado pero también santificado por la presencia de la muerte. Los primeros planos evidencian una influencia en ambos directores de Andréi Tarkovski en películas como el Sacrificio (1986), donde los paisajes magnánimos muestran la insignificancia de algún humano caminando a través de ellos. Se siente el misticismo y el sentimiento de pérdida que presumo es principalmente de Anna, cuya mirada es cercana a su coterráneo Ingmar Bergman.

En el segundo capítulo estamos en territorio conocido y vamos encontrando la luz. En las afueras de Cali, la mamá de Oscar Ruiz Navia, Cecilia Navia, practica yoga como lo hacía mi mamá cuando la obligaba a ir los sábados en la mañana, es decir, riéndose todo el tiempo por no poder hacer esos ejercicios extraños y porque jamás se concentra; visita la tumba de su mamá, como lo hacía la mía en el cementerio del Apogeo cuando todavía no habían cremado a mi abuelita; también va a una fiesta, baila y se prende como lo hacen las mamás, con pasos saltados y una sonrisa penosa… Cecilia escenifica la figura de una madre amorosa y con su presencia convierte Epifanía en una película honesta que deja al espectador sentir sin necesidad de llevarlo por una narrativa común y sí por un viaje de recuerdos y texturas cinematográficas que a cualquiera le harían revivir a su mamá o querer invitarla a cine.

En el último capítulo se siente más el documental en la cámara de Anna y la dirección de actores de Oscar: el frío de Canadá es combatido por el calor de la madre valluna que presencia el nacimiento de uno de sus nietos. Acá, Cecilia sigue siendo la protagonista no sólo en su rol de madre sino en el de abuela alcahueta.

Aunque los directores provienen de países distintos y las experiencias con sus madres son completamente opuestas, logran una película emotiva donde el espectador no necesita una conexión con el país donde fue rodada o un contexto específico para sentir cercanas esas imágenes. Sobre Epifanía podría hablar de las cámaras que usaron para grabar o cómo se conocieron los directores para terminar haciendo esta increíble película, pero no pretendo llenarla de tecnicismos: es una de mis películas colombianas favoritas, y espero que alguien la pueda sentir y llorar tanto como yo lo hice.

Y después correr a abrazar a su mamá.

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