Opinión

Cómo nos hace de falta la Hache

Cómo nos hace de falta la Hache

Invitados LN
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-10

¡Umberto, no fue! (En honor a alguien muy querido)

"A saudade é muito má.
Saudade! Saudade!
Hoje eu posso dizer o que é dor de verdade! (2x)
A saudade não tem pena,
Não tem dó nem compaixão,
Não perdoa só condena,
A saudade é uma prisão.
A saudade é uma praga
Que o rosto não disfarça.
Passam dores, passam mágoas,
Mas a saudade não passa.”
Dor de Verdade – Marcelo D2
(De una idea de Juan Dávila, en su blog Filozoofico).

El diccionario hoy está triste. La burla infantil de escribir Umberto sin hache en los reportes de once finalmente se hizo inexorable, como el final de la historia sin fin, la nostalgia momentánea de la última pseudo-papa del tarro en las pringles o las rimas sincopadas de Presuntos Implicados.

Se murió Umberto.

No me imagino a Umberto Eco como el viejito coquetón de las galletas Noel o la copia de un Neruda prosódico repartiendo afabilidad en clase. Al contrario, me gusta imaginarlo en sus 30´s, recién salido de clase de 10 a.m., tragado de Joan Baez. Flaco, ojeroso y lleno de hambre e ira, luego de una Europa hecha chicuca, aburrida de la guerra pero aún evocable como en la dolce Vita. Un pelao imitando a los ídolos del momento en el andar o suspirando por las tonterías que todavía no tiene, sentado en un café frente al río Po tomando la decisión entre las fotocopias o el almuerzo. Me gusta esa ensoñación donde gana pelo y pierde la boina y es completamente ajeno al papel que desempeñaría en muchos idiotas que lo leemos, lo idolatramos y aún no lo entendemos. Los libros de Eco me recuerdan los fríjoles recalentados de mamá: se ponen mejor la noche siguiente.

A pesar de su obvia condición mortal, nunca podremos imaginar el deceso de quien no tenemos la oportunidad de saludar (menos una celebridad), aparte de considerar la posibilidad de su muerte, menos con la agonía que supone un cáncer de páncreas. Así me enteré:

— Amigo: Jacobo ¿Quiere una empanada?

— Jacobo: No viejo, estoy bien así.

— Amigo: Sí supo que se murió Eco.

— Jacobo: ¿Eco el escritor?

— Amigo: Sí parce. Lo leí hace dos días en Internet.

La noticia fue tan mundana como pelar un mango para comérselo. Sin carnaval ni comparsa, simplemente un comentario aparte para aligerar el intercambio espacial que supone la incomodidad necesaria de esperar la comida. Esa tarde cuando llegué a mi casa, no pude evitar el morbo de comprobar si Eco había muerto. Me dio un pesar raro. Como de un familiar muy lejano del que nunca se tienen noticias, pero que hace parte de uno. Busqué en mi vetusta biblioteca mi ejemplar de El nombre de la rosa con un Sean Connery tonsurado y grave. Luego miré el lomo de La isla de Antes. No evité una sonrisa por que recordé a los que no están y las razones del por qué no están.

Mucha gente se ha ido y es el camino caminado (parte de andar el camino es el duelo), factor que se empeña en traerlas de vuelta. Conocerlas no las hace mas importantes, ni tan siquiera es importante su existencia. Los Thundercats seguirán salvando Nueva Thundera sin inmutarse un momento por las nimiedades de la cuestión de su propia mortalidad (así como los locos no se preocupan de su nivel de locura, o los comentaristas deportivos de las bestialidades animadas que excretan). Nuestros héroes y villanos siguen presentes en nuestras decisiones diarias, no las lecciones morales o inmorales que estos estereotipos suponen, pero entender la directa influencia que tienen en nosotros, implica un primer ejercicio de conmemoración. La literatura (y por extensión: la vida) está llena de estos ejemplos. Los cuentos de Canterbury, son personajes fantásticos recordando cortesanos inexistentes con la necesidad de entender la dicotomía entre lo "bueno" y lo "malo" (Sin entrar en las categorías de "lo sabroso"). Boccacio en su Decameron, en cambio, se ríe de los ausentes, pero necesita evocarlos para hacer mofa de ellos. Cumbres Borrascosas pasa en un momentico que son casi 20 años de mal humor en Heathcliff. Un chisme de pasillo, como si Doña Florinda le pasara la cuenta de cobro a Kiko por tener casi 40 años y pretender ser su hijo. Si tengo la oportunidad de tomarme una taza de café con Superman lo traigo de un lugar propio, hecho de imágenes, palabras y constructos llamado memoria por que no existió en el modo convencional que prueba la existencia. Así podemos repetir el ciclo con Jesucristo y cualquier otra revelación de lo que consideremos nuestro demiurgo superior.

Por eso estos ejercicios son tan importantes. Recordar al que no está, traerlo con la palabra, celebrar la ausencia del ausente. Barthes en su Cámara Lucida, recuerda a la mamá. Pero no a la mamá viva, sino el dolor de la mamá muerta. Para complicar las cosas (como buen francés, se demora en promedio unas 200 páginas para decir algo) hay tres mamás. La viva, la muerta y el dolor que supone su pérdida. De forma análoga hay muchos Umbertos: el vivo, el muerto y el que me imaginé.(que sean tres no los hace Pierce). Pero todos esos Umbertos son mis héroes y todos son necesarios, por que pueden re-crear en mi mente al Umberto que creo es el “Original” y ubicarlo donde yo quiera. Mucho se ha escrito de la muerte (y mas de la vida) y todavía más sobre los efectos residuales del recuerdo. Lo que sentimos (o decidimos sentir) sobre estos temas es el lugar cultural donde tanto vallenato y tanta película de Adam Sandler tienen puntos tangentes.

¿Quién fue Umberto Eco? ¿El escritor de novelas? ¿El ensayista? Si a ese muchacho despreocupado tratando de levantarse una turinesa de ojos negros, armado con una sonrisa y la lógica hermética de la Gramatología, le hubieran contado la influencia futura que tendría en tanta gente, habría contestado con el nerviosismo del susto al que acaban de felicitar por su primer hijo. Tu Umberto, mi Umberto, es decir “el Umberto”, hacen parte del Umberto real y no están realmente lejos unos de los otros, por que comparten el mismo origen. Son nuestros héroes personales que comparten ese lugar común llamado Umberto Eco. Mi Umberto fue siempre una pausa dramática en el cambio de mis días y la realidad. Es la razón de estas palabras, mis palabras conmemorativas.

Celebremos a Umberto como queramos. Ninguno de nosotros tuvo el privilegio de conocerlo o saludarlo, pero ese tecnicismo (insisto) no es relevante. Tuvimos el placer de leerlo en vida e imaginarnos la tamaña desfachatez de tomarnos una taza de café con el. Por eso, parafraseando a Víctor Jara: te recuerdo Umberto / cuando te leía camino al Colegio...

Umberto: espero que hayas llegado con bien al infierno literario, por que nadie se aburre en Honda, y des mis respetos a Lovecraft, Poe, Paz, Moebius, Las Hermanas Brontë, Sábato, Gombrich, Doyle, London, y todos esos otros locos endemoniados que llenaron con ideas y fantasías las tardes de mi solitaria adolescencia y llenaron de palabras silenciosas y rictus aprendidos mi deliciosa adultez.

Jacobo Camelo para Laguna Negra

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