Transylvania es una peli de 2006, dirigida por Tony Gatlif. Describe los contratiempos de Zingarina (Asia Argento), una mujer apasionada y rebelde que va a Transilvania con su amiga Marie (Amira Casar) con el fin de encontrar al hombre que ama. Pero esta esperanza es breve y Zingarina se pierde en la embriaguez y la locura de una Rumania ebria y supersticiosa. En adelante sin objetivo, Zingarina se separa de su pasado y de la vampírica Marie, y se vincula de forma casi gratuita al enigmático Tchangalo (Birol Unel), un hombre sin lazos.
Y ahora sí, la reseña.
En la toma de la expectativa Zingarina lo besa, desesperada y alegre. Es el reencuentro esperado, soñado. No se separarán jamás; en la toma de la realidad Milan no entiende qué hace allí Zingarina. La rechaza. Ha hecho un viaje hasta el centro de Rumania buscando amor. Nada hay para ella en Transilvania; en la mitad de un patio de ropas Zingarina empieza el viaje de su vida. Así empieza.
En la toma de la expectativa, Tchangalo ha vuelto y Zingarina se ha ido. En su lugar dos ancianas tocan sus violonchelos. La ha perdido. En la toma de la realidad Zingarina, pecho al descubierto, sonríe al despertarse y ver Tchangalo. Así termina TranSylvania.
Sin embargo, la historia de amor no es entre hombre y mujer, es entre Zingarina y un país. El nudo de esta historia es un rudo y hermoso viaje por la Europa que no sale en las postales. La miseria, alegría, hambre y calidez de la Rumania rural que mendiga en la ventana del auto de Zingarina (una futura madre histérica y endemoniada); una Rumania que canta y baila sin cesar; una Rumania supersticiosa, atávica, en la que los osos escarban la basura de los barrios y los huérfanos corretean expertos entre grises plazas de mercado; una Rumania de bosques helados en la que un anciano dice tener setenta y cinco años y no haber visto nunca a ‘una gitana en una bicicleta’; una Rumania en la que un gitano llama estafador a un cura; una Rumania en la que no sabes qué idioma se habla y en la que fluyen Rusia, Hungría y los gitanos; una Rumania cuyas parteras son las tres brujas de Hamlet, armadas con un cuchillo.
Una Rumania en la que Birol Ünel (t o d o l o r i c o) fuma demasiados cigarrillos, contrata músicos locales y se embriaga en invierno él solito y, último pero no menos importante, una Rumania cuyos exorcismos exigen bañar en leche a Asia Argento.
Y ya, porque la peli de veras no va a ningún lado. Pero se goza el viaje.