Ficción

Una espera artificial y otros cuentos de amor

Una espera artificial y otros cuentos de amor

Invitados LN
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-28

Un lugar bastante recurrente en la ciencia ficción es la relación de lo que podemos considerar 'humano' con lo que creamos a través de la tecnología. Con el paso del tiempo, hemos llegado a un punto donde es indispensable volver a estos sueños, de ovejas eléctricas donde los seres que creamos en aleación se acercan tanto a nosotros, que nos hacen re-evaluar lo que somos esencialmente. En esta pequeña entrega y a manera de ejercicio de creación, traemos una serie de cuentos cortos sobre amor; sin embargo, no cualquier clase de amor. Hablamos de un amor artificial; uno manifestado por un semejante que no es de corazón y sesos.

Una espera artificial por Alejandro Ramírez

Llovizna. Una que otra gota se cuela entre los rieles electrificados y produce minúsculas chispas haciéndome sentir como si todo alrededor estuviera cargado de estática. Los vellos de mis brazos se erizan y los latidos de mi bomba sanguínea se afanan aun cuando no recibo directamente la electricidad. Siento en mis tripas el correr del reloj análogo en la estación, agonizo con el frenesí del segundero y el movimiento grave del minutero; el horario debe ser la mismísima muerte. En no sé cuánto tiempo serán las once, a esa hora ya no despachan más trenes. Debería saber cuánto falta para las once pero siento que falla mi reloj interno.

Ella. Ella. Ella.

La lógica dentro de mi cavidad craneana es inútil cuando pienso en ella. Anuncian en el altavoz que el último tren desde la ciudad ha salido y pasará por este andén en media hora. No sé qué será de mí si ella no está en ese tren. Todos tienen razón: el procesador de emociones sintéticas IBX5000 que traemos mis hermanos y yo es una verdadera mierda.

Rutinario por Camilo Calderón

Una panorámica rojiza deja delicadas estelas en las persianas de tela que tanto le gustaban a él. Son esas tardes de ciudad mediterránea colmadas de halógenos moviéndose los que fueron telón para algunos de los instantes más bellos de estos dos escritores perdidos en su sueño, embriagados por sus miradas desde aquel día en una estación de tren hace cuarenta años y medio.

Cada que ella vuelve a la habitación recuerda todo lo bueno que pasó. Él, responde cientos de veces de la misma forma y sonríe como siempre lo hizo. Cada noche sus gestos se vuelven más como eran antes; su predisposición a ver la ventana empieza a ser más natural; recita sus chistes favoritos como en aquellas noches de fiesta. Con cada día que pasa, él se parece más a quien fue hace mucho tiempo. Ella simplemente vuelve y vuelve a ver esos atardeceres cuando sale de su trabajo. Sus compras ya no incluyen carnes rojas; su voz se torna cansada en las mañanas; sus cabellos blancos ya no se pueden contar.

Un día él le preguntó si aún era buena idea seguir viendo el atardecer juntos. ‘’Siempre quise que esto fuera eterno’’ fue su respuesta seguida de una sonrisa. No le importaba que fuera la mejor réplica de su esposo; sólo quería volver a él día tras día después de haberlo perdido un día lluvioso. Volver a compartir esas panorámicas, de aquí hasta el verdadero momento de partir.

Noche de prueba por Cristian Moreno

—¿Qué le pasa a Ricardo?
—¿Cierto? Está como raro. Ha echado el mismo chiste dos veces.. y flojo
—Re incómodo hombre, esa cirugía lo dejó como lento ¿No? ¿De qué fue que lo operaron?

Atento en el pequeño cuarto iluminado por siete monitores, Steve oía las conversaciones de los amigos de Mariana y Lucas; todo el apartamento intervenido con micrófonos y cámaras frente a sus ojos produciría en cualquiera una sensación de agobio. Steve estaba a sus anchas: papitas, un par de teclados, sus notas, gaseosa. Otra noche normal de monitoreo. La incomodidad en la casa vigilada fue aumentando en el curso de la noche. No hubo ningún invitado que no hiciera muecas de desconcierto a otro invitado ante la extraña actitud del anfitrión. Steve, encantado, reía tras cada susurro de los invitados:

—Venía del baño y me lo crucé. Lo saludé, lo abracé, que qué más, que cómo había estado la recuperación y así. Me miró casi durante un minuto a los ojos sin decirme una sola palabra. Era como si no se acordara de mi, Daniela. No entiendo.
—Pero, ¿qué hizo o qué?
—Nada, ahí de pie. Cuando le iba a preguntar qué era lo que le pasaba me dijo 'gracias' y se metió al clóset del pasillo.
—¿Al clóset?
—Sí, así de la nada. Por allá adentro sonó como si se cayera algo. Yo me asusté y me vine para la sala de una.

Steve acababa de contemplar esa escena hace 5 minutos por el monitor cuatro que pertenecía a la cámara ubicada en la entrada del cuarto principal. No vio a Daniela y Ana susurrarse el incidente en la cocina porque la carcajada lo tiró de la silla y su gaseosa encima de él. Se incorporó y registró el incidente en sus notas antes de ir a limpiarse. Era su décima noche de veinte. Noches de monitoreo que había ganado a pulso contra los ejecutivos de La Compañía que pretendían, sin pruebas previas, lanzar al mercado el IBX5020 para las réplicas hogareñas secretas. Steve pensaba que era una presión de los altos directivos de La Compañía y los accionistas que, impacientes por ver las ganancias, vendían todas las actualizaciones de software como 'una experiencia enriquecedora y especial que siempre estará allí'.

Ya sentados en la mesa, Ricardo dio gracias a los asistentes, se dispuso a hacer un brindis por su recuperación en curso y por la alegría que significaba para él tener a todos sus ami...gooooooos. ¡De vuelta!. En su ho-ooogar en el que sie-eemprrrre iban a ser Bien!-VENIDOOOOuooooouusssss....s four ou four RESORSSSS NOT FáUNssssssssssssssss... La copa en su mano se quebró justo cuando el siseso fue reemplazado por el ruido noventero del módem. La réplica sangraba. La confusión y los gritos de los invitados no se hicieron esperar.

Avergonzada y aterrada, Mariana arrastró a Ricardo al cuarto de huéspedes como quien arrastra un maniquí tieso. Al volver del baño, alarmado por los gritos y portazos, Steve la vio llorando en el piso de la habitación, junto a la réplica sangrante, sonriente y paralizada.

El Paciente por Camilo Calderón

Pasaban las tres de la tarde y las cortinas insípidas del hospital se balanceaban con la brisa costera de la ciudad de Oporto. El suero translúcido que recibía un músico local pasaba entre tubos flexibles hasta llegar a su delicado cuerpo, marcado por las heridas de un accidente vespertino en un cruce de semáforos defectuosos. Una mano delicada le acompaña. Su rostro, un esbozo perlado de Oriente Medio no puede hacerse entender frente a la enfermera que monitorea el pasillo de emergencias; uno lleno de pitidos, respiros y algunos sollozos. Nadie la entiende; sin embargo, es la única persona que ha estado con el paciente desde su admisión.

Han pasado varios días y su cuerpo no mejora. Sus únicas palabras son balbuceos y las flores solo tienen un remitente. La chica, no ha comido desde la llegada al hospital y su tez aún se mantiene. El músico de vez en cuando mueve sus manos y recuerda las notas que solía llevar a la plaza entre sus marquesinas. Si sale de esta, es posible que no vuelva a tocar de la misma forma. Lo suyo no estaba en la Filarmónica, ni mucho menos en las Bigband de cafetín clásico de la zona central de la ciudad. El violín era su vida, y su efímero público urbano era la mejor audiencia del mundo. Ella, sin poder hacerse entender en un idioma más a la par, le muestra un video desde su teléfono: es él mismo interpretando un tango en medio de un festival de calle. Ella le sonríe con admiración y algo de vergüenza; desde hace tres semanas está en la ciudad y en esas tres semanas le ha escuchado con anhelo todas las tardes. Él simplemente no puede firmar autógrafos.

Su cuerpo se torna sereno durante la semana siguiente. Cada vez son mas colores de flores, pero menos los indicios de mejoría. Ella le acompaña día y noche con unas pocas pausas de tres horas, y aún no puede volver a escuchar sus melodías. Ese mismo viernes se supo que eran sus últimos momentos de vida. Una vida que lo tuvo todo por poco tiempo y que para ella es inconcebible y demasiado corta. A las siete de esa noche de otoño, su pulso dejó de estar presente. Su música no volvería y su cuerpo, a diferencia de su visitante, se desvanecería en el tiempo. Ella no objetó a la naturaleza de su mortalidad. Conocer el intérprete de un sonido tan maravilloso le fue suficiente.

A las siete y media de esa misma noche, Aliya (EG-95B), programadora temporal en Oporto, se desactivó a voluntad en lo que sería el primer caso conocido de suicidio cometido por un ser artificial.

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