Análisis

Una Bogotá negra

Una Bogotá negra

Viv.ácida
Imagen portada de
2020-07-28

En La playa D.C, de Juan Andrés Arango, la comunidad afrocolombiana se abre paso en una Bogotá hostil.

Bogotá es de todos los colores y, a pesar de eso, el cine no se había atrevido a retratarla negra, a mostrarla con unos ojos ajenos y temerosos de una ciudad fría y con afán que resulta ser la única salida para muchos, aunque no sea la mejor. Juan Andrés Arango, realizador bogotano egresado de la Universidad Nacional quien fue seleccionado por la Universidad Concordia en Montreal, Canadá, para un intercambio de un año, deja ver en sus dos películas La playa DC (2012) y X500 (2017) una sensibilidad por la lucha de los jóvenes migrantes que irrumpen en las grandes ciudades y se niegan a perder su identidad. Una condición que, como lo menciona en un par de entrevistas, vivió en menor medida durante su estadía en Canadá.

En X500 aborda el tema de la migración con más propiedad además porque pretende mostrar la universalidad del problema, no se queda sólo en los desplazados colombianos sino que hace un paralelo entre las historias de un joven indígena Mazahua que escapa a ciudad de México y una filipina que va a vivir con su abuela en Montreal. Sin embargo, como suele suceder(me), fue su ópera prima La playa DC la que me cautivó porque su postura política frente a la migración es instintiva y con una historia sencilla logré sentir la nostalgia de quien se ve obligado a abandonar su hogar.

La cámara se sitúa en los hombros de Tomás, un joven de Buenaventura que recorre las calles de unos barrios que no estamos acostumbrados a ver en la pantalla grande. En un barrio alto de la ciudad vive su mamá con el esposo 'guachimán’ y su bebé. Mientras su hermano mayor, el Chaco, deportado de Estados Unidos habita las calles del sector denominado La Playa en la localidad de los Mártires, donde sólo hay talleres y un espeso mar de grasa y exostos. Su hermano menor Jairo, su talón de Aquiles, a su corta edad es un drogadicto a quien el guachimán saca corriendo mientras su mamá queda impávida. Estar tras los hombros de Tomás es desgarrador porque debe asumir un peso como el del bulto de papas que carga al comienzo de la película en Corabastos. Con una falta de apropiación de la ciudad que habita se llena de valentía para recoger los trozos que quedan de su familia que tuvo que huir del puerto después de que hubieran los paramilitares asesinado a su padre; según lo que dice Jairo porque del pasado no sabemos nada.

Pero independiente de la historia, que en últimas es sencilla y hasta un poco repetitiva con los males que se encuentran en las calles bogotanas, quiero resaltar esta película porque no se siente la misma capital, se colorea con otro dialecto y otros espacios de los que se ha apropiado la comunidad afrocolombiana. Por ejemplo, cuando Tomás llega a buscar al Chaco se encuentra con los negros que limpian los rines de los carros, que los engallan, personajes que identifiqué rápidamente por haber vivido siempre al lado del Siete de Agosto; también entra a rumbas de negros que envidio porque bailan como sólo uno de ellos lo puede hacer… Y anhela trabajar en una peluquería de negros para negros en el centro de la ciudad. Especialmente porque entre la nostalgia de los peinados y las trenzas que le hacía su mamá a él y a sus hermanos en el puerto, encuentra un trabajo que le gusta y en el que es talentoso. Su pasión por plasmar sus diseños en esos cabellos rizados y tupidos es su arma para combatir la hostilidad de la ciudad.

La investigación que realizó Juan Andrés Arango junto a todo su equipo por alrededor de 5 años da sus frutos porque efectivamente nos muestra una Bogotá que la mayoría desconocemos y que cada vez va siendo más variopinta: hasta el punto que empieza a adquirir una personalidad por la mezcolanza de la cultura de todo un país concentrada en un mismo lugar. La música también es una muestra de eso. A Tomás, entre pitos, alarmas y bullicio, lo acompaña el inquebrantable sonido de la marimba típico de la costa pacífica del país, pero también el rap de los caleños Flaco Flow y Melanina que desde hace mucho escogieron a Bogotá como lugar propicio para el inicio de su carrera musical. Especialmente la canción No hay round  da cuenta de que llegar a la selva de cemento es difícil y hay que estar bien parado para no sucumbir, pero también de la riqueza que genera el choque de culturas, sonidos y colores que se encuentran en esta ciudad caótica, encantadora y multicolor.

Puedes encontrar La playa D.C. de Juan Andrés Arango en la plataforma de streaming Mowies haciendo clic en este link.

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