Cuento

Un paseo en la mañana

Un paseo en la mañana

Alejandro Ramírez
Imagen portada de
Camilo Calderón
2021-08-12

La historia reciente del automóvil es la de sus estándares de seguridad y la modernización acelerada de asistencias al manejo, sus gadgets y materiales. Una historia que recientemente intenta deslumbrarnos con el regreso del auto eléctrico mientras ignora los problemas ambientales y de movilidad del transporte privado. Muchos de estos "avances" justificados en la seguridad vehicular presentan elementos distractores que al final incrementan los riesgos; para muchos la imagen del futuro es el vehículo privado que se maneja solo, va rápido y en caso de accidente vela por el conductor y nadie más. ¿Qué pasaría en un mundo vehicular basado en la supresión de la responsabilidad? Publicado en la revista Road & Track en 1973, este cuento de Richard S. Foster ya sentaba una posición al respecto. Una visión que inspiraría el éxito "Red Barchetta" de los Rush.

Era una linda mañana de Marzo del año 1982. El aire tibio y el cielo despejado prometían una primavera temprana. Buzz se había levantado temprano, desayunado con impaciencia y salido al garaje. Al abrir la puerta vio los rayos del sol reflejarse en el capó brillante de su MG B descapotable del ’67. Después de revisar cuidadosamente los niveles de aceite y refrigerante, los cables de las bujías y la presión de aire en las llantas, se sentó tras el volante y dio arranque al motor, el cual cobró vida de inmediato. Pensó felizmente en las próximas horas que pasaría con su carro, pero su felicidad estaba nublada: ya no era tan fácil como antes.

Las cosas habían empezado a cambiar hace una década. Al principio, unas pocas mejoras de seguridad y emisiones fue todo lo que se le exigió a los vehículos nuevos, pero gradualmente las exigencias del gobierno aumentaron. Llegaron a un nivel adecuado pero no se detuvieron allí: se volvieron más y más estrictas. Ahora quedaban muy pocos modelos antiguos en las calles debido al deterioro natural y otros… motivos.

El motor del MG ya estaba caliente y Buzz salió del garaje, esperando no encontrar problemas tan temprano en la mañana. Vigilaba los medidores mientras se abría camino hacia el valle. Las carreteras allí rara vez eran transitadas, las pequeñas granjas eran todas propiedad de doctores y los caminos eran demasiado estrechos para los VSM (Vehículos de Seguridad Modernos).

La cruzada por la seguridad había ido bien al principio, las propuestas absurdas fueron descartadas pronto y se desarrolló un sentido de racionalidad. Pero a inicios de los 70s, sin ninguna gran guerra, hallada la cura del cáncer y alcanzado el bienestar social, los políticos necesitaban una nueva causa y volcaron su atención al automóvil otra vez. Las normas de seguridad se volvieron más difíciles de satisfacer. Los carros se volvieron más grandes y más pesados, menos eficientes. Consumían gasolina con tal voracidad que los Estados Unidos tuvieron que convertirse en grandes aliados de los países árabes. Los nuevos carros eran difíciles de detener o maniobrar con agilidad, pero casi siempre podían salvar tu vida en un choque a ochenta kilómetros por hora. Sin embargo, con doscientos millones de carros en las calles, ya muy pocas personas manejaban tan rápido.

Buzz descendió rápidamente al valle, esquivando los constantes baches en el camino que habían aparecido por el desuso. El motor sonaba a la perfección y todo el carro se sentía bien, perfectamente ajustado. Sorteó a gran velocidad varias curvas en S y llegó a 6000 en tercera antes de soltar el acelerador para la próxima curva. No le preocupaba la policía. No allí, no la policía…

A pesar de su magnitud, el programa de seguridad era una buena idea, pero surgieron algunas complicaciones inesperadas. Las personas se acostumbraron a que los carros quedaran intactos al chocar a 20 km/h y les preocupaba mucho menos que antes la posibilidad de salir heridas en un accidente. Como resultado, dejaron de preocuparse por mantener las distancias y por quién lleva la vía. Cada año la tasa de accidentalidad subía un constante 6% pero los daños y las lesiones se redujeron, así que el gobierno estaba contento, las aseguradoras estaban contentas y la mayoría de conductores también. La mayoría de dueños de carros, de los que no eran VSM, tenían que mantenerse alerta para esquivar a los conductores menos cuidadosos en sus VSM y muy pocos vehículos viejos quedaban en existencia como resultado de esta disparidad. Si no eran aplastados en la autopista entre dos moles de tres toneladas, eran conducidos a los deshuesaderos a causa de los precios de agentes de seguros usureros. Peor aún: se volvieron blancos.

Buzz estaba concentrado en lo suyo, manejando a gran velocidad por los serpenteantes caminos del valle con toda su habilidad, al punto en que había olvidado sus preocupaciones. Aceleraba a la salida de las curvas controlando el sobreviraje cuando el camino estaba en buen estado y trataba las secciones llenas de baches como desafiantes chicanas. Se despegó del suelo por un instante al cruzar uno de los viejos puentes de madera y luego confirmó que el MG todavía podía alcanzar 180 en la larga recta entre las viejas granjas Hanlin y Grove. Justo empezaba a bajar el ritmo cuando lo vio. Ahí, en su retrovisor: un VSM último modelo con decoraciones pintadas a mano cubriendo una buena parte de su carrocería, una de las únicas modificaciones permitidas en los carros después de 1980. Buzz esperaba que fuera un turista o un conductor que había perdido el rumbo buscando una estación de servicio. Pero el conductor del VSM había visto el MG y emprendió la persecución con un resoplido silencioso y limpio de su exhosto. 

No tardó mucho para que los conductores menos responsables descubrieran que sus nuevos VSM podían infligir gran daño a un carro viejo y quedar intactos. Como resultado, algunos conductores salían a los caminos apartados en busca de carros viejos para chocarlos fuera de la carretera o contra las barandas de un puente y, luego, desaparecer velozmente sin daño alguno, libres de cualquier frustración que motivara esta conducta. La policía rara vez patrullaba estos parajes lejanos pues su atención era requerida con mayor urgencia en otro lugar y, así, esto se convirtió en un gran deporte para algunos conductores.

Pero Buzz todavía no estaba preocupado. Esto ya había sucedido un par de veces antes y, a menos que el conductor del VSM fuera excepcionalmente habilidoso, el MG podía eludir a otro conductor sin mayor dificultad. Aun así, algo le molestaba del llamativo VSM que ocupaba su retrovisor, ¿pero qué? Planeando con cautela, Buzz dejó que el otro conductor se le acercara hasta quedar a unos 10 metros. De repente, desvió por un camino a la derecha. El conductor del VSM se paró en los frenos, derrapando más de cien metros más adelante, dio media vuelta lentamente y arrancó tras el pequeño deportivo. El MG le había sacado unos cuatrocientos metros con esta maniobra y Buzz estaba agradecido por los neumáticos radiales y las barras estabilizadoras que le había instalado al carro hace algunos años. Volaba por las curvas del camino, bajando de cambios, acelerando, tomando las curvas al límite mientras planeaba la ruta en su mente. Estaba confiado de que, en caso de no podérsele escapar al VSM, al menos podría mantenerlo ocupado una hora o más y para ese entonces al VSM ya le quedaría poca gasolina. ¿Pero qué era lo que le molestaba del otro carro?

Llegaron a una sección recta del camino, Buzz pisó el acelerador a fondo y lo sostuvo ahí. El VSM estaba algo rezagado, pero no lo suficiente como para que Buzz no pudiera distinguir la antena en el parachoques trasero. ¡Antena! Policía no, ¿Tal vez un radio de onda corta? Tembló un poco, esperando que no lo fuera. La recta se estaba agotando, Buzz esperó hasta la última fracción de segundo para frenar y tomó una curva a la derecha a más de 100 km/h, sacándole otros 10 metros al VSM. Pero, unos 300 metros más adelante, otro VSM estaba lentamente saliendo a su paso y se parqueó en el camino. Era un radio de onda corta. El otro conductor tenía un cómplice en la persecución. Buzz estaba en aprietos. Siguió acelerando hasta estar a escasos treinta metros y con un movimiento brusco fingió adelantar por la izquierda. El VSM se arrastró en esa dirección y Buzz se deslizó por la derecha, golpeando una piedra a la orilla del camino. Los dos VSM casi chocan por salir disparados a perseguirlo. En el primer cruce de caminos Buzz giró a la derecha y después rápidamente a la izquierda, con la esperanza de que lo perdieran de vista. Recorrió varios minutos antes de ver a uno de los VSM en la carretera principal paralela a su carril. Justo en ese momento, el otro apareció en el espejo, saliendo de la curva anterior. Ya empezaban a subir las colinas en las afueras del valle y Buzz aceleró como si su vida dependiera de ello, rezando porque el motor soportara el esfuerzo. Perdió de vista uno de los VSM cuando la carretera principal se desvió en algunos momentos todavía podía ver al otro detrás suyo.

Mientras subía el viejo Monument Road, Buzz esperaba tener suficiente tiempo para llegar a la cima y bajar por el camino sin pavimentar que estaba a la derecha pues era demasiado angosto para sus perseguidores. Subió, esforzando el motor, la temperatura del refrigerante cada vez mayor, usando todo el ancho del camino, moviendo la barra de cambios hacia adelante y hacia atrás entre tercera y cuarta, entrando duro a las curvas, bajando solo la velocidad necesaria sin tener que frenar y llegó al pico de la montaña donde el carril a la vieja torre del guardabosque se asomaba a la izquierda. ¡Pero por el otro lado de la colina subía el segundo VSM que había perdido de vista! No había tiempo para el camino sin pavimentar. Lleno de pánico, giró a la izquierda hacia la torre pero dio un trompo al pasar sobre grava suelta y rebotó contra un árbol con su guardafangos derecho. Se detuvo en el lado opuesto del camino. El motor se apagó. Afanado, giró la llave en el encendido mientras el motor recalentado volvía a la vida lentamente. Metió primera y aceleró por el camino justo en el momento en que el primer VSM daba la curva. A pesar de estar aturdido, Buzz tenía a su favor una carretera muy angosta bordeada a ambos lados por árboles y aprovechó al máximo. El camino estaba lleno de curvas y se mantuvo en segunda, el motor entre las 5000 y las 5500. El choque parecía no haber lastimado nada y estaba sacándole distancia al VSM. ¿Pero hacia dónde? Cayó en cuenta repentinamente de que el camino se acababa en la torre del guardabosque y no quedaba más a donde ir, solo devolverse.

Aun así, siguió acelerando y cuando llegó a la cima de la colina corrió al extremo del claro, dio vuelta al MG y esperó. El primer VSM llegó volando al claro y apuntó directamente al MG estacionado. Buzz puso reversa, retrocedió un poco para hacer un amague, se detuvo y retrocedió a toda velocidad. El VSM esperaba que el MG cambiara de dirección, giró hacia el lado equivocado y derrapó hasta detenerse contra un árbol. Buzz escapó otra vez, bajó por la carretera de la torre del guardabosque y el VSM, completamente intacto, salió a perseguirlo. Buzz estaba en un predicamento nada envidiable: bajaba a máxima velocidad por el asfalto serpenteante perseguido por un sólido VSM bajando y otro VSM igual de sólido subiendo. Persistió, frenando duro antes de cada curva y acelerando a 80 entre ellas. Llegó a una curva particularmente cerrada, vio al VSM tomando la misma curva en sentido contrario y se paró en el freno. El repentino exceso de presión en las líneas de freno fue demasiado para la línea de freno trasera, la cual se había torcido un poco cuando chocó, y se rompió, dejando a Buzz sin frenos. En total desesperación, haló del freno de mano tan duro como pudo y forzó la barra de cambios en primera mientras sacaba el pie del clutch. Las llantas traseras se bloquearon y derraparon, enviándolo al borde de la carretera dando trompos y contra unos arbustos que detuvieron el carro de puro milagro. Incapaces de frenar a tiempo, Buzz vio los dos VSM chocar de frente a más de 50 km/h mientras él se recomponía.

Pasó un largo tiempo antes de que Buzz reconstruyera el MG, devolviéndole a la excelente condición en la que estaba antes de la persecución. Pasó un tiempo aún más largo antes de que volviera a salir al valle a dar un paseo. Ahora era solo en las horas más tempranas del día, cuando la mayoría de las personas todavía estaban descansando de los efectos de la buena vida. Y cuando vio en los periódicos que el gobierno pronto requeriría carros capaces de soportar choques frontales a 120 km/h, dejó de manejar el MG por completo.

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Por Richard S. Foster

Originalmente publicado en Road & Track, Noviembre de 1973

Traducido por Alejandro Ramírez para Laguna Negra

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