Análisis

Shizo Kanakuri y la maratón de 54 años

Shizo Kanakuri y la maratón de 54 años

Camilo Calderón
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-10

Cuando pensamos en la idea de maratón, y más en el contexto olímpico, es común que relacionemos a los grandes atletas como el etíope Abebe Bikila o el alemán Waldemar Cierpinski con sus primeros lugares, múltiples medallas y sus impresionantes tiempos récord. Este deporte de resistencia cardiovascular no solo se ha vuelto un referente sobre la disciplina y la voluntad deportiva en mente y cuerpo sino también, en cada encuentro olímpico, una inspiración para otros aspectos de nuestra vida en donde sin importar el lugar en el escalafón o el tiempo marcado, la última prueba siempre será con nosotros mismos.

Pierre de Coubertin —padre de los Juegos Olímpicos modernos— al recibir una sugerencia del filólogo Michel Bréal inauguró en los juegos de 1896 una maratón de cuarenta kilómetros —emulando la carrera que Filípides emprendió desde Maratón hasta Atenas para entregar una misiva— la cual fue ganada por un repartidor de agua griego en un poco menos de tres horas, algo impresionante teniendo en cuenta el contexto de este turbulento recorrido.

Poco tiempo después la maratón ganó conforme a la participación de más países, un agrado general del público no solo como una gran competencia abierta y sin muchas reglas, también como un mensaje de paz, unión y reconciliación. Ganar la maratón, teniendo en cuenta sus exigencias físicas y mentales, aportó a la construcción de una visión de gloria y victoria propias de sus contrapartes mitológicas antiguas.

Celebrando los Olímpicos de 1912.
Celebrando los Olímpicos de 1912.

Es el verano de 1912 en Estocolmo y luego de una presión constante de Coubertin, cada vez más países asiáticos —completando la idea de los cinco continentes— se sumaron a las diferentes justas, entre ellos una delegación japonesa liderada ante el Comité Olímpico Internacional por Jigoro Kano (padre del Judo moderno) y con atletas nuevos como un joven de veinte años llamado Shizo Kanakuri. Luego de superar a sus contrincantes en las diferentes pruebas preliminares, este estudiante proveniente del sur del archipiélago participaría junto a Yahiko Mishima, otro atleta reconocido por ser un velocista en potencia.

La suerte no ayudó a la delegación japonesa en este largo viaje a la capital sueca, especialmente por la falta de entrenamiento a lo largo del viaje en tren trazado por la vía Trans-Siberiana, la más importante en el continente y aún la más larga, con casi 10,000 kilómetros de línea. Kanakuri y Mishima apenas podían entrenar en las estaciones de tren y el cambio de clima no fue favorable para nadie en el equipo más adelante. Todas estas cuestiones terminaron siendo la receta de un fracaso por inexperiencia. No solo los sesenta y tantos atletas estaban cubiertos con paños y gorras por las altas temperaturas, sino que no existía una regulación muy sólida sobre la salud y la seguridad de los participantes; para la muestra, los tabi (botines tradicionales) partidos en dos usados en construcción que Kanakuri y Mishima usaban, descritos por la prensa nipona como 'calzar espinas': una completa pesadilla olímpica.

Tabi de cuero

El desenlace de la carrera fue el desastre que los periodistas habían vaticinado. Mishima no llegó a las rondas finales en pruebas de velocidad y Kanakuri... Bueno, Kanakuri simplemente desapareció en el kilómetro 27. Al parecer por cortesía del verano sueco el atleta colapsó por hipertermia (calor excesivo) y fue atendido por un grupo de locales que lo llevaron a su casa para cuidarlo. Este joven estudiante en su primer intento de llevar la gloria al Imperio Japonés prefirió nunca reportarse ante las autoridades del Comité evitando así vivir la vergüenza del suceso ante su pueblo; por lo tanto —y para novedad del reporte de los que no terminaron, que fueron la mitad de inscritos— el nombre de Kanakuri se tomó por "ausente".

No obstante y luego de su recuperación, Shizo volvió a su país en medio de un nebuloso escenario donde la prensa culpaba a las autoridades del deporte local por haber puesto un peso tan grande en dos jóvenes sin experiencia y preparación adecuada. El ganador de dicha maratón, un sudafricano llamado Kennedy Kane McArthur, tenía más de dos años encima en solo entrenamiento. A pesar de haber tenido un resultado así de negativo, Kanakuri siguió preparándose para más competencias como los olímpicos de Berlín de 1916 —cancelados por la Primera Guerra Mundial— y luego en las justas belgas cuatro años más tarde, donde logró un buen resultado mas no una medalla.

En 1967, Shizo Kanakuri recibió una invitación inusual: participar en la celebración de los 55 años de los Juegos Olímpicos de Estocolmo. Lo que el atleta ya con 75 años no sabía era que el Comité Olímpico Sueco le pediría que acabara la carrera que no había terminado. Como parte de un evento conmemorativo y para lograr fondos rumbo a México 68, el Comité invitó al veterano maratonista a terminar su marca trotando los últimos segmentos del trazado para finalizar pasando por una cinta especial puesta para este corto evento. En definitiva, ver a un atleta novato empezando una carrera para luego terminarla a sus 75 es algo que no se ve todos los días. Kanakuri se pronunció al respecto: "Ha sido un largo viaje, mientras pasó esto me casé, tuve seis hijos y diez nietos". El tiempo marcado al final por el atleta japonés fue de 54 años, 8 meses, 6 días, 5 horas 32 minutos y 20.3 segundos.

Una maratón de 54 años, una marca única.
Una maratón de 54 años, una marca única.

Shizo Kanakuri, quien en los años veinte fue creador de la Hakone Ekiden —una reconocida carrera universitaria de relevos de 218 kilómetros de recorrido en Año Nuevo— hoy en día es reconocido como el padre del maratonismo japonés. Dejando de lado lo estrictamente deportivo, el título no es gratis; corriendo con un abrigo y en paño formal, Kanakuri bien demostró que al final, y fuera de cualquier récord, escalafón, meta y tiempo, la última competencia es la que se tiene con uno mismo.

Más vale tarde que nunca.

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