Análisis

Óssip Mandelstam: Esbozos de una biografía poética imaginaria

Óssip Mandelstam: Esbozos de una biografía poética imaginaria

Invitados LN
Imagen portada de
Juan Dávila
2020-12-05

I

La producción poética del ruso Ósip Mandelstam es una de las más elaboradas y potentes del siglo XX, o al menos eso se nos dice. Lo cierto es que aún más que sus poemas, la vida del poeta ha recibido reconocimiento general. Sentenciado a trabajos forzosos, tras múltiples capturas, allanamientos e interrogaciones de un talante incomprensible e irracionalmente burocrático, Ósip Mandelstam muere en 1938 cerca de Vladivostok, ciudad localizada en el extremo suroriental ruso, el punto más alejado de Petersburgo, esa “ventana a Europa” con la que suele emparentarse su poesía. La hipótesis más aceptada, tanto desde el punto de vista biográfico como literario, es que fue sentenciado por un poema de 1933 —con el que sólo tuvieron contacto unos pocos conocidos— dirigido a Stalin: “Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos […]”, “Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha […] Una chusma de jefes de cuello flacos lo rodea, infrahombres con los que él se divierte y juega”. El Kremlin logró escuchar las “ondas-señales semánticas” del autor y respondió con toda la fuerza de un estado dictatorial en constante vigilancia.

Quizá siguiendo el principio hermenéutico —aplicado con mayor insistencia sobre artistas y escritores con vidas trágicas— según el cual se debe tomar al hombre —al poeta— por sus hechos, particularmente aquellos que devienen sobre él, se ha creado alrededor de Mandelstam la imagen de un poeta heroico que sacrifica su vida por la poesía misma. Desde un punto de vista histórico, podríamos pensar, su vida es el desarrollo lógico del arquetipo romano: “un hombre contra un imperio”; específicamente, del desarrollo que el terrible siglo XX hace del tema del poeta Ovidio exiliado en una provincia remota, a la espera de una oportunidad para volver al imperio. Si es que no, para ir aún más lejos, su vida sería la inversión perversa de un primer encuentro mano a mano entre el cínico Diógenes y el emperador Alejandro Magno. El griego que, conjugando vida y pensamiento, desdeña del poder del supuesto amo del destino de todos. Ni Mandelstam le solicita al emperador que se aparte para tomar el sol, ni espera a la muerte en medio de poemas y cartas escritas en busca de intercesión. Su destino –condena, exilio y muerte– está determinado por las fulminantes fuerzas políticas e históricas circundantes: “Yo estoy en el corazón del siglo” […] “Nací en la noche del dos al tres /De enero en los noventa, /Un año incierto, y los siglos /De fuego me rodean.” (LXVII).

Bajo este registro, el ejercicio mismo de la escritura, por ejemplo, no dejó de ser afectado por las fuerzas circundantes. Dada la constante vigilancia y desprovisto de los medios para escribir en los gulags, en su último periodo el poeta no utiliza tinta u hojas de papel para su trabajo, sino suelas de zapatos, mientras arma y rearma versos mentalmente durante largas caminatas. “No tengo manuscritos, ni cuadernos de notas, ni archivo. No tengo letra, porque nunca escribo. Yo soy el único que en Rusia trabaja con la voz”. Nos dice Mandelstam, de manera profética, en La cuarta prosa de 1929. Luego, en un campo de trabajo, en diálogo con una referencia opaca anotará: “Aún recuerda él del calzado el desgaste, /de mis suelas la gastada grandeza” (LXIII).

Todos los versos del último periodo en exilio serán memorizados y transcritos por su esposa Nadezhda Mandelstam, mujer a la que le debemos igualmente un importante libro en prosa que consigna sus memorias, tanto del poeta y su relación en aquellos años, como del Estado que lo sentenció: Contra toda esperanza.

II

Junto al mito del héroe trágico que deja constancia poética de la barbarie y la consideración de su poesía a través de tal lente, hay, sin embargo, múltiples elementos formales independientes y transversales al tema del horror existencial —pieza clave de la biografía del autor y de sus últimos poemas—. Si, con Joseph Brodsky lector de Mandelstam, consideramos que la biografía real de un autor es similar a la de un ave, es decir que consiste en su manera de sonar —y quizá tendríamos que añadir, en sus colores—, no debemos quedarnos en la sombra que los acontecimientos proyectan sobre su obra —ni reducirla a testimonio—, sino sólo referirnos a ellos cuando la lógica misma del poema lo demanda. Igualmente, si queremos hablar del poeta, debemos referirnos a aquella biografía. Así pues, si pudiésemos imaginar tal biografía poética, ¿qué encontraríamos allí? Quiero ofrecer, a continuación, un par de sugerencias, a la luz de algunos versos.

En primer lugar, esta biografía estaría dedicada al tiempo. El poeta, en efecto, compara la poesía con un arado que desentierra los estratos más profundos del tiempo: su “tierra negra”. A su vez, dos capítulos, podríamos adivinar, estarían dedicados a dos formas de tiempo —dos dimensiones temporales— distintas que se muestran en diferentes momentos de su poesía.

Por un lado, el verso a veces sobrecargado (“Como agua oscura bebo un aire turbulento”), rico en alusiones (“y el mar, y Homero: todo se mueve por amor”) de sus dos primeros libros, nos muestra una forma del tiempo viscosa, concentrada, incluso densa y pesada, que alude a la carga que produce el tiempo:

Hermanas sois, gravidez y ternura, vuestros signos,
Idénticos.
Una grávida rosa liban pulmonarias y abejas;
Un hombre muere. La arena quemada se enfría,
Y al sol de ayer lo llevan negras parihuelas.
[…]
En el mundo me queda un solo afán:
Un áureo afán, cómo librarme de la carga del tiempo.

Como la miel: “su primer coro las musas guiaban, /para que, como abejas, los líricos ciegos/ miel jónica nos regalaran.” (XXIV), como aquella grávida rosa, o aquel hombre que está muriendo, el poema es capaz de retener el tiempo, por más prisa que este tenga. Aquel hombre, el sol de ayer en retirada y la arena que se enfría son tanto espera como dolorosa impaciencia. En todas estas imágenes el presente de indicativo se presta para denotar una acción —una progresión— que ha sido desacelerada, el tiempo y el modo se prestan para una cesura, una especie de pausa, o más bien, un movimiento acumulado. Aquella es, creo yo, la gravidez de la que habla el poema. La ternura en cambio, si no es la imagen misma en cuanto proceso (la transición de la rosa-pulmonaria a la abeja, del hombre que muere, del anochecer que continúa) será probablemente el modo en que estas mismas imágenes se despiden unas de otras, su secuencia: una cadena de adioses.

Entre otras cosas, un poema es tiempo reestructurado. En el Coloquio Sobre Dante Mandelstam dirá sobre la miel: “No existe en el mundo una fuerza capaz de acelerar el movimiento de la miel que mana de un tarro inclinado”. Esto también es tiempo —irremediable—. La miel, como el violonchelo, nos dice a su vez Mandelstam, retiene el tiempo. ¿Qué busca el autor con todo ello? ¿Detener el tiempo? No, más bien, centrarlo; capturar uno de sus modos, cuyo tono está marcado por la gravidez, cuyo timbre se presta para “transmitir la espera y la dolorosa impaciencia” (Coloquio). El poeta nos quiere entregar cierta forma de tiempo puro: “Toma con alegría de mis manos/ Un poco de sol y otro poco de miel”. Miel-violonchelo-poema: reestructuración del tiempo; tiempo grávido, espeso, pesado, cargado; tiempo de espera.

Mandelstam creía que la novela es esencialmente dependiente de la biografía. En cierto modo, la novela y la vida conservan la misma forma, son isomorfas. Respecto a la poesía, es posible que considerase que ésta se encuentra a un lado y la vida al otro; y entre ellas se entrecruzan múltiples puentes, sin poder conectarlas punto por punto. No lo sé. En todo caso, en nuestra biografía poética imaginaria hay otro capítulo dedicado al tiempo que coincide en más de un aspecto con el periodo en el que el autor se encontraba en exilio. Más de un lector ha resaltado el hecho de que en algunos de sus últimos poemas el verso de Mandelstam sufre un cambio de velocidad, una aceleración tremenda. Marina Tsvetaieva dijo alguna vez que todos los grandes poetas rusos de su momento vieron amplificada su voz luego de la revolución. En este sentido, la voz de Mandelstam sufrió un cambio en el ritmo, en el entrelazamiento de las imágenes y su función. Todo se aceleró:

Un desorden árabe y un enredo,

La luz de velocidades afilada en un haz

Y con sus segadas suelas

Un rayo en equilibrio en mi retina…

En estos versos, la aceleración histórica de la revolución y sus consecuencias coincide con la increíble aceleración lírica. Estamos justificados a creer que esta es la respuesta del poeta. Aquel rayo afilado de velocidades es materia poética acelerada hasta alcanzar la misma velocidad de la luz. Sabemos, por ejemplo, que la luz es superposición de luces de distintos colores, pero no teníamos idea alguna de su distribución interna, de aquella tensión retenida: “desorden árabe y un enredo” es la dispersión contenida por los siguientes versos y da la medida de la rareza de aquel equilibrio logrado en el último verso. Aristóteles comparó la formación de conceptos con un ejército que se detiene. En el primer verso nos dirigimos, a través de una imagen orientalista, al extremo opuesto: la multiplicidad y dispersión, movimiento en todas las direcciones.

Nuevamente, la poesía reorganiza el tiempo, y esto a distintos niveles. No hablo ruso, así que soy incapaz de analizarlo a nivel fonético; igualmente, debido a las diferencias entre el ruso y el español, la sintaxis no suele preservarse. Sin embargo, dadas las imágenes, su secuencia, y la nueva forma que les presta la traducción, no nos equivocamos al considerar cada verso un vector semántico acelerado, con un cambio de dirección entre el primer y segundo verso, y una conclusión, similar a la de un aterrizaje, en el último. La suela “segada”, ladeada, convexa como su pista de aterrizaje prepara el equilibrio puntual del rayo que ha llegado a la retina. Los versos de Mandelstam son también “cámaras” de altas velocidades y a ese respecto su poesía es una técnica espectroscópica. Joseph Brodsky está justificado al afirmar que “ese afilado de velocidades es tanto un autorretrato como un atisbo de una increíble perspicacia en materia de astrofísica”.

Así pues, tenemos dos reestructuraciones del tiempo: el tiempo-miel y el tiempo-rayo. El tiempo de la espera y el tiempo acelerado han sido capturados por el poeta. El lector, gracias al poeta, podrá escuchar el violonchelo o sentir la aceleración suspendida en la retina. Pues la biografía poética recién inventada y apenas esbozada es un pequeño trabajo de la imaginación, pero lo escrito por Mandelstam es eso mismo y mucho más. Espero que el lector se anime a comprobarlo.

III

¿Es legítimo criticar una traducción cuando no se conoce la lengua del original? Tal es la pregunta que me plantea la edición de Aquilano Duque de la poesía de Ossip Mandelstam. El crítico literario Boris Eikhenbaum, parte del grupo de los formalistas rusos, afirmó alguna vez que “a Mandelstam no se lo estudia, se lo conquista”. Aun cuando no suscribamos esta aproximación bélica en nuestra lectura del poeta, el lector que se acerca por primera vez a uno de los poetas rusos más importantes del siglo XX esperaría que, sumadas a las dificultades anticipadas o por encontrar en la lectura, no se tenga, además, un enemigo entre las propias filas: la traducción. Lo que por momentos es el caso. Por ejemplo, para señalar un desliz, el verso citado: “Una grávida rosa liban pulmonarias y abejas” no tiene mucho sentido, pues las pulmonarias son flores que son libadas, ¡no que liban! La versión en inglés de James Greene opta por: “Avispas liban la pulmonaria –grávida como rosa.” ¡Ahora alguno de los dos se equivocó en el animal! Por mi parte, sólo me queda cruzar los dedos para que sean abejas.

Sin embargo, ya que quejarse de una traducción es como morder la mano que te da de comer, lo correcto sería agradecer al traductor y esperar nuevas traducciones que demuestren un mayor o menor grado de apropiación de la poesía de Mandelstam, y de acuerdo a ello, justificar nuestro juicio. Nuevamente, no piensen por ello que no encontrarán poesía en esta traducción. La hallarán, y de sobra.

Ilustración por Juan Dávila

Juan David Vargas para Laguna Negra

Ossip Mandelstam, Poesía. Vaso Roto Ediciones, 2010.

Ossip Mandelstam, Coloquio Sobre Dante. Acantilado, 2004.

Ossip Mandelstam, Selected Poems. Penguin Books, 1991.

Joseph Brodsky, Menos que uno. El hijo de la Civilización. Siruela, 2006.

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