Análisis

Mi primer goce supremo

Mi primer goce supremo

Viv.ácida
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-10

Existan libros que nos sacan sonrisas pero también existen otros que nos excitan sexualmente, El goce supremo es uno de ellos.

Para Antoine: mi versión de André pero sin duda mejor
"De ti me gustan todos tus apetitos y esa chispa de descaro
que brilla en tus ojos anunciándome que te gustan las pollas.
Y los libros, lo sé."

El goce supremo (2002), Sarah

La calidad de un libro se mide de acuerdo con lo que nos deja sentir. Según mi corta catalogación, en un tercer puesto están los que hacen llorar. Y no me refiero a cualquier lagrimita sino a llorar como si efectivamente Jean Valjean fuera tu padre y spoiler… Sí, Les Misérables de Victor Hugo fue el primer libro que me hizo llorar. En el segundo puesto los que lo obligan a uno a soltar una carcajada, aunque vaya en un bus o en cualquier lugar público. Creo que no hay nada más genuino que una risa y sólo un muy buen escritor podría evocarla. En mi caso, morí de risa por primera vez con La excursión a Tindarí del italiano Andrea Camilleri. Y en primer lugar los que excitan, no en el término muy general de exaltación del ser, sino en uno específico: la excitación sexual. Un libro que afloje las piernas, haga pasar saliva, emanar fluidos y, si es muy bueno, masturbarse, por supuesto merece ser el vencedor de mi justificada catalogación.

El primer libro que me hizo excitar, y eso que muchos de filosofía han logrado algo similar, fue El goce supremo o en su título original J' ai joui, que según mi nulo francés significa correrse, llegar, derramarse, venirse, algo que traduce llegar al orgasmo (y será este de los pocos casos donde la traducción es acertada, porque sin duda conocer el orgasmo es llegar a un goce supremo). Fue escrito por Sarah –seudónimo que usó para ocultarse de sus padres- a modo de diario para contar y comentar cómo fue su necesaria búsqueda del orgasmo cuando atravesaba los 20 años, se había licenciado de filosofía y adelantaba estudios en el Instituto de Ciencia Política en París. No es un diario al estilo de esos que una hace cuando tiene 12 años pero tampoco uno al estilo Sartre, más bien me inclino a identificarlo, con poca rigurosidad, en el medio con elementos que tienen lo mejor de ambos lados: fantasías que espera cumplir, que a veces logra, y una escritura que denota un paso por la lectura filosófica. Es decir, es un pequeño libro (de menos de 200 páginas) que a partir de la experiencia de su autora termina siendo una suerte de oda a la sexualidad de una mujer, que no debe tomarse como una lucha de género o política, sino como un evidente deseo natural que todas tenemos, necesitamos… y disfrutamos. ¡Obvio!

"Cuando [...] me invitó a tomar té y repasar juntos nuestros libros de filosofía, yo no pensaba ni en el amor ni en el sexo, sino en Kant, que siempre había rechazado el placer sexual..."

En una casa sin padres, en una escalera, en un vestíbulo accidentalmente iluminado y en un cuarto de un simplón monitor de un club de vacaciones, entre otros, el cuerpo de Sarah hace que se corran, como dice la traducción española, esos primeros hombres que la excitan sin darle a cambio lo que busca. Porque es evidente que los hombres llegan al orgasmo con facilidad o que mínimo sienten pequeños electrochoques en su zona baja con los cuerpos de las mujeres, lo cual, no me malentiendan, no justifica una violación y ni siquiera un morboseo continuo a cada paso, y tampoco los estoy juzgando, de hecho hasta son afortunados. El reproche es que la mujer no sólo es un objeto para excitar y correr a los hombres, si ella accede a dar ese goce que ellos encuentran tan fácil, lo mínimo, de caballeros, sería que fuera recíproco. Entonces, es así como Sarah pasa los primeros meses después de cumplir 20 años, y si bien el libro calienta en esos primeros intentos, se hace presente una crítica sobre los hombres jóvenes, en su mayoría, que no entienden de placer, de preámbulos y, la verdad sea dicha, del sexo de las mujeres.

Así, este libro logró encantarme no sólo por “quitarme la virginidad” de literatura erótica sino porque realmente me identifiqué con esa Sarah, puesto que, además de graduarme de filosofía y tener una Charlott (su mejor amiga a la que le cuenta todo ¡TODO! y que en mi caso se llama “de los Ángeles”), también tuve la suerte de existir junto a un viejo amante, como ella le decía a André. Este hombre de 50 años, con el goce supremo en sus dedos, fue abonando el terreno con atrevimiento, tal vez eso es lo que le falta a los jóvenes: seguridad e innovación. Él comenzó enviando papeles a Sarah en el avión y luego cartas en el bote, para así capturarla en su cuarto del barco. Sin importar después de cuántos encuentros, ella logró llegar al orgasmo por primera vez y confirmó que ese largo preámbulo, donde cumplió algunas de sus fantasías e intercambió hermosas y ardientes cartas eróticas, no era una dilatación del inevitable acto de correrse, sino una constatación de que ese momento llegaría y él sabía cómo. Es decir, la experiencia de André como hombre, además de basarse en su conocimiento del cuerpo y la sexualidad femenina, radica en tener como máxima premisa el placer de la mujer: retribuir el deseo que ella le produce porque tiene conciencia que una mujer se tumba en una cama –entre otras superficies- porque le place; y de sentirse orgulloso, y por supuesto excitado, de ser el causante de esos gemidos, estruendos y fluidos propios de un goce supremo.

"Con frecuencia los chicos piensan que somos incapaces de contemplar el sexo en toda su crudeza, y se equivocan"

Concluyendo, el preámbulo para Sarah, para mí y seguramente para miles de mujeres es vital y prerrequisito para posiblemente llegar a correrse. Por ello una carta erótica al estilo del viejo amante –o un sms-, caricias que generan adrenalina por estar en lugares no comunes para ello o simplemente un “lenguaje sucio” en el momento, ayudan a sazonar e intensificar la excitación. Sin embargo, con esto no apruebo ese pensamiento burdo que he tenido la desgracia de escuchar varias veces, donde afirman que una mujer ve porno hasta el final porque espera ver la boda. ¿En serio? Las mujeres pensamos en sexo, lo disfrutamos, lo planeamos y lo hablamos, a veces sólo deseamos un cuerpo por un rato, otras veces nos atrae la persona en todo sentido y a veces nos enamoramos, pero siempre hacemos lo que queremos.

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Bibliografía:

Sarah (2002) El goce supremo. Barcelona: Anagrama, S. A.

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