Opinión

La lógica de la estúpida gente pobre

La lógica de la estúpida gente pobre

Tras una polémica en Twitter sobre por qué la gente pobre gasta sus recursos en objetos lujosos y otros artículos de status, la ensayista norteamericana Tressie McMillan Cottom escribió en 2013 está pequeña entrada de blog aún pertinente y muy iluminadora sobre el asunto, todo desde su experiencia como mujer negra norteamericana y altamente educada.

Odiamos a la gente pobre. Primero, insisten en ser pobres cuando es tan fácil dejar de ser pobres. Luego hacen cosas como comprar costosos cinturones de diseñador y bolsos de lujo de 2500 dólares.

"Entiendo completamente que es horrible e ilegal estigmatizar a la gente, pero de verdad que no entiendo por qué una persona compraría un bolso de $2.500 si no es asquerosamente rica"

Siendo justos, esto no se trata sobre Erroll Louis. La de él es una creencia compartida por muchas personas, incluyendo muchas personas negras, personas pobres, expobres, etc. Es, sospecho yo, una honesta expresión de incredulidad. Si eres pobre, ¿por qué gastas dinero en inútiles símbolos de estatus como bolsos y cinturones y ropa y zapatos y televisores y carros?

Algo que he aprendido es que la creencia y la lógica de uno es la habilidad de supervivencia del otro. Y nada hay más lógico que intentar sobrevivir.

Mi familia es la clásica familia negra migrante estadounidense. Tenemos raíces en el sur rural, nos mudamos al norte y casi todos hemos regresado. Crecí viendo a mi bisabuela, y después a mi abuela y a mi madre, usar nuestros escasos recursos para ayudar a otras personas a sobrevivir el día a día. Éramos de esos buenos pobres, del tipo que vive dentro de sus posibilidades. Tuvimos algo de suerte cuando un familiar hombre recibió dinero extra del ejército por regresar a casa parapléjico o usó dinero de Veteran Affairs para comprar una casa Jim Walter. Si eras realmente afortunado, cuando un pariente moría con una póliza de seguros ya paga, te podía quedar una buena cantidad de efectivo para comprar la tierra que Jim Walter usaba como garantía del préstamo de tu casa. Así es como ocurre la riqueza generacional de donde yo vengo: pierde una pata, una parte de tu columna, muere de la manera correcta y tal vez puedas acceder a una casa modular en arriendo con opción de compra.

Algo teníamos de ese tipo de riqueza negra rural así que frecuentemente estábamos en la posición de poder ayudar a personas menos favorecidas en nuestra comunidad. Pero tal vez el mayor recurso con el que contábamos era un poquito más de educación. Éramos buenos lectores y alentábamos especialmente a las niñas a conseguir educación superior de algún tipo. En consecuencia, mi abuela y mi madre tenían un conjunto particular de recursos sociales que nos ayudaba a navegar las burocracias mayoritariamente blancas para nuestro beneficio. Podíamos, como diría mi abuelo, hablar como gente blanca. Ese privilegio se lo compartíamos muy seguido a otros en nuestra comunidad.

Recuerdo cuando mi madre acompañó a una vecina a la agencia de servicios sociales. A esta mujer de avanzada edad ya le habían negado ayudas para poder hacerse cargo de la nieta que estaba criando. La habían rechazado a la gentil manera burocrática: formularios, largas esperas y fechas límite que no podía navegar. Vi a mi madre ponerse un atuendo como el de Diana Ross en Mahogany: una capa color camel con un pantalón que hacía juego y botas a la altura de la rodilla. Hice berrinche, como sólo una hija única podría hacerlo, por tener que compartir el tiempo de mi madre con la niña de la vecina. Seguro dije algo sobre por qué teníamos que hacer esto. Vivian me miró fijamente mientras se ponía sus aretes de perla y me dijo que las personas que pueden hacer, deben hacer. Tomó medio día, pero lo que la vecina no había logrado en más de un año pudo lograrlo algo en el papel de persona negra respetable que interpretó mi mamá: su inglés inglés, su atuendo de Mahogany, su corte de cabello recto y aretes de perla. Aprendí, viendo a mi madre, que había un precio que debíamos pagar para señalarle a los guardas¹ que valía la pena interactuar con nosotros. Significaba vestirse bien y hablar bien. Podría no funcionar. Probablemente no iba a funcionar, pero en caso que pudiera funcionar había que intentarlo. Era injusto pero cómo Vivian solía decir: “Niña, la vida no es justa”.

Diana Ross en Mahogany

Internalicé esa lección y pienso que me ha funcionado aunque de manera irregular. Una mujer en Belk’s alguna vez rehúso mostrarme un bolso Dooney & Burke que estaba interesada en comprar. Vivian una vez hizo llorar a una vendedora por habernos ignorado en una tienda vacía. He desistido de muchas compras deseadas, como un impráctico abrigo de invierno Off-White que quería desesperadamente, después que un racista tras el mostrador me insultó a mí y a mi mamá. Pero tengo medio PhD y me gano mi sustento remedando la vida intelectual del hombre blanco privilegiado. Unas por otras. Por supuesto, el truco está en que nunca podrás saber el contrafáctico de tu vida. No hay evidencia del acceso denegado. Quién sabe qué no recibí por no cumplir con las conductas o símbolos de estatus adecuados en el momento correcto y para una autoridad complaciente. Las recompensas a la respetabilidad son como lanzar los dados, pero hacemos lo que podemos dentro de los límites de las restricciones impuestas por un complicado esquema de interacciones estructurales y sociales diseñadas para limitar el acceso al status, la riqueza y el poder.

No sé cuánto gastó mi madre en su capa color camel o en esas botas altas, pero sé que lo que sea que haya pagado generó dividendos difíciles de medir. ¿Cómo ponerle precio al segundo vistazo del funcionario en una oficina de asistencia social que te da un poquito de información extra que no se te habría ocurrido preguntar para completar un formulario porque decidió que tal vez no eres como esas otras insignificantes mujeres en la sala de espera? ¿Cuál es el precio de venta al público de un rector que respeta más a tu hijo o hija porque la presentación personal de su madre señala la capacidad de unos padres clase media que pueden desatar su pericia burocrática en defensa de su criatura? No conozco el precio que tenían cuando estaba creciendo estas interacciones vitales con organizaciones y los guardas relativos a nuestra pobreza. Sin embargo, soy la prueba viviente de su rentabilidad.

¿Por qué la gente pobre toma la estúpida e ilógica decisión de comprar símbolos de estatus? Por la misma razón que todos excepto los más adinerados compramos símbolos de estatus, supongo. Queremos pertenecer. Y no sólo por las recompensas psíquicas, sino porque pertenecer a un grupo en el momento indicado puede significar la diferencia entre el empleo y el desempleo, un buen trabajo en lugar de un mal trabajo, una casa en vez de un albergue y así sucesivamente. Alguien mencionó en Twitter que la gente pobre podía verse presentable con opciones de precio módico del Kmart. Pero el asunto no es verse presentable. Lo presentable es el requisito mínimo de la sociedad civil: significa estar limpio, no oler mal, usar camisa y zapatos para ser atendido y cosas por el estilo. Como condición suficiente para un empleo digno y provechoso o interacciones sociales exitosas, lo presentable es un privilegio. Es el hippie blanco y canoso que puede cortarse el pelo largo de su juventud rebelde y conseguir fácilmente un cargo de gerencia, mientras los viejos Panteras Negras nunca pueden eludir por completo los efectos de la estigmatización contra la que incitaron una revolución. Presentable es relativo y, como la vida, no es algo justo.

Por contraste, lo “aceptable” se traduce en obtener acceso a un conjunto limitado de recompensas otorgadas por pertenecer a un grupo. No puedo saber exactamente con qué frecuencia me ha ayudado mi presentación aceptable, pero tengo suficiente retroalimentación como para saber que no es insignificante. El administrador de un complejo residencial donde trabajé mientras estaba en la universidad me decía repetidamente que sabía que yo era “Okay” porque mi pequeño Nissan estaba limpio. Haber llevado a la entrevista un traje Jones of New York ayudó a cerrar el trato. Podía referirse al traje con nombre propio porque en la entrevista me preguntó por la etiqueta. Otra gerente de contratación en mi primer empleo profesional me miró de arriba abajo en la sala de espera, catalogando mi atuendo, y después me comentó que había decidido que yo tenía demasiada clase para estar en el piso del call center. En cambio, me contrató como entrenadora. La diferencia significaba no trabajar por turnos, mayor prestigio, mejor sueldo y un salario base para mis futuros empleos.

Tengo casi media docena de historias como esa. Lo destacable no es que esto pasara. Hay evidencia empírica de que mujeres y personas de color son juzgadas por su apariencia de manera diferente y más exigente que los hombres blancos. Lo destacable es que estos guardas me contaron la historia. Querían que yo supiera que había dado las señales adecuadas de no ser una negra típica o una mujer típica, dos identidades que, juntas, casi siempre están asociadas con ser pobre.

Una vez acompañé una entrevista para una nueva asistente administrativa. Mi vicepresidente regional era la que estaba contratando. Una larga línea de mujeres en su mayoría negras y morenas aplicó para la vacante porque éramos una escuela de cosmetología. Las escuelas de oficios en los márgenes de la mano de obra calificada y en un campo comúnmente asociado a un género son necesariamente racializadas e implican una distinción de clase. Una candidata me pareció particularmente simpática. Estaba intentando salir de un salón de belleza porque 10 horas de pie cortando cabello representaban una tarifa por hora promedio inferior al salario mínimo. Un trabajo de oficina con 40 horas fijas y seguro médico significaba movilidad para ella. Cuando se fue, mi VP volteó a mirarme y dijo: “¿Viste la manga sisa que llevaba bajo la blusa? ¡OMG! Tú usas una camisilla de seda, no una manga sisa!. Ambas mujeres eran negras.

La VP había construido su trabajo de alta gerencia; manejaba un BMW último modelo porque ella “tenía que darse sus gustos” y le gustaba decirnos que el nuestro era un negocio de apariencias. Una chica usando una manga sisa de algodón en vez de una camisilla era incompatible con VPs manejando BMW en un negocio de apariencias. Ser guarda² es una compleja tarea que implica administrar los límites que no sólo definen a otros sino también a nosotros mismos. Camisillas de seda, zapatos de diseñador, bolsos de lujo: los símbolos de estatus se convierten en llaves para abrir estas puertas. Si necesito un trabajo que me permitirá cuidar mi espalda baja y pasar a mi bebé de Medicaid a medicina prepagada, ¿cuánto debería gastar yo en señalarle a personas como mi antigua VP que no pondré en riesgo su estatus por abrirme las puertas? Puede que esa candidata no hubiera podido pagar por una camisilla adecuada. Nunca lo sabré. Lo que sé es que, de haber aguantado hambre por dos días para pagarla o haber faltado algunas horas al trabajo para ir a comprarla, habría sido recompensada con un trabajo por encima del salario mínimo. Una camisilla no es un bolso de diseñador, quizá, pero una escuela de cosmetología en un pequeño centro comercial tampoco es un trabajo en el Bank of America.

En el centro de estos incrédulos comentarios sobre las decisiones pobres que toma la gente pobre está una creencia de que nunca seríamos como ellos. Nosotros haríamos mejor las cosas. Nosotros sabríamos ahorrar nuestro dinero, nos abstendríamos de los símbolos de estatus, conseguiríamos cupones, practicaríamos el sacrificio más puritano para ahorrar un millón de dólares. A menudo se repite la noticia de una empleada de cafetería quien, sin que nadie supiera, muere millonaria y le deja todo su dinero a un gato, una caridad o algo así. Los libros sobre las modestas vidas de los ricos nos cuentan que manejaban un Buick en vez de un BMW. Lo que olvidamos, si es que alguna vez lo supimos, es que lo que sabemos sobre el estatus y la creación de riqueza y el sacrificio se predica sobre quiénes somos: o sea, no pobres. Si cambias las condiciones de tu estado de no pobre, cambias todo lo que conoces como resultado de ser un no pobre. No tienes idea de lo que harías si fueras pobre hasta que eres pobre. Y no pobre a ratos o anteriormente no pobre, sino nacido pobre; destinado a pobre y tratado por las burocracias, los guardas y las bien intencionadas autoridades del decoro como inherentemente pobre. Solo en ese momento entenderás el valor relativo que tiene un absurdo símbolo de estatus para quien entiende que no puede darse el lujo de no tenerlo.

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Traducido (con previa autorización de la autora) por Alejandro Ramírez para Laguna Negra

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Nota del editor y el traductor

¹Gatekeeper y ²gatekeeping, traducidos en nuestra versión como “guarda” y “ser guarda”, son términos fundamentales en el texto original, pero son extremadamente difíciles de traducir porque refieren a algo complejo y muy específico. No se refieren a un guardián o un portero sin más, sino a una función específica llevada a cabo por diferentes sujetos en situaciones de privilegio que deciden quién puede o no tener acceso a una comunidad y/o identidad. Estos términos están en un limbo entre lo académico y lo informal; recientemente se usan con frecuencia, por ejemplo, en el contexto geek y en contextos feministas. A pesar de que el editor se inclinaba por guardián, elegimos guarda porque no contiene la connotación positiva que podría tener guardián, entendido como protector, ni la connotación punitiva de vigilante


Sin embargo, el editor quiere dejar sentado que su inclinación por guardián está relacionada con una previa lectura de Ante la ley, el relato breve de Kafka en que un guarda vigila el acceso ambiguamente denegado de un campesino a los aposentos de la ley; el uso de gatekeeper en el texto de McMillan Cottom comparte, mutatis mutandis, con el breve relato de Kafka, la función que detenta el guarda. El guarda también comparte la función de la burocracia que define quiénes son o no sujetos beneficiarios de los programas sociales en el marco del despiadado asistencialismo aliado de las políticas securitarias de los últimos 30 años de gobierno en nuestro país.

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