Análisis

Index verborum oblitorum: Consideraciones sobre la imposibilidad de una lengua escrita

Index verborum oblitorum: Consideraciones sobre la imposibilidad de una lengua escrita

Invitados LN
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-07-19
“Los libros tienen los mismos enemigos,
que el hombre; el fuego, la humedad y los animales,
el tiempo y su propio contenido”.
Paul Valéry.

En este artículo se habla (a manera de prólogo) de un libro que no existe, una probabilidad de escritura remota, un no libro en una lengua nunca antes registrada, que permanecería ausente de significado si de ella se pudiera escribir más que unas cuántas palabras; sería ya una pretensión recrear una lengua extinta, como la vida de tantos animales de los que jamás sabremos nada, a excepción de su nombre. No hay posibilidad de acometer una obra que ambicione compendiar los rudimentos de una cultura sin memoria. Un ejemplar refundido ya no es posible. Aquella ilusión de encontrar algún original o copia que desconocido  a lo largo de los años que la memoria lo da por perdido. No se discutirá sobre la imposibilidad que constituye este hecho, no se encontrará aunque se busque hasta el cansancio, en listas de libros perdidos–como aquellos escritos de Aristóteles e Hipatia de los que solo ha quedado el nombre—y que en su momento fueron consumidos por el fuego o destruidos por el polvo.

De ser posible una obra de tal naturaleza convocaría memorias ancestrales; necesidades nunca antes suscitadas se convendrían a nivel comunal; entonces, de la lengua oral se extraerían significados y expresiones vitales, o se optaría por la realización de un compendio de voces en las que se encontrarían sonidos antiguos, dicciones remotas, de los relatos que se consumen en los años de los hombres. Mitologías que harían de este si no un libro vivo, por lo menos un artilugio de voces pasadas y presentes, un artefacto que a manera de memorias contendría lo más preciado y notable para el concurso de la comunidad. Para la transcripción de una lengua ágrafa es necesario recrear un silencio, el mutismo necesario para la asignación de un grafema como invocación de la palabra escrita, lo cual implica una concesión para que los hablantes que aúnen sus intereses inconformes o  necesidades disimiles. El texto urgiría de una historia en la cual asentar su protocolo, unas prácticas comunales en la que los hablantes hacen de la escritura su artesanía ineludible.

Concebir tales páginas como extensiones de la vida misma, una portada que como un rostro muestra un semblante  olvidado incesantemente por la historia, el hecho ignorado da un final triste  incluso a  las cosas más valiosas. Las posibilidades de semejante empresa se resumirían a ilusiones perdidas por la masacre de sus páginas más selectas, que violentamente cercenadas antes de que algún contenido  fraguase, impidieron obtener un registro preciso para anteponer a la posteridad. No habrá tiempo para pensar en la manera de interpretar la  estructura de sus argumentos, ni capturar sus indistinguibles significados y  expresiones cotidianas. Donde antes se escuchaban las palabras de los hombres,  Ahora  se oye el tronar de las alas de los insectos; en la selva se han ahogado los últimos murmullos tiniguas, el sonido de sus palabras ya hace tiempo que se confundió con el andar de las aguas del río Guayabero. Se ha de vivir con la imposibilidad de conocer algo más allá de las impresiones.

Un testamento a la vida de los hombres que ha sido negado en la más absurda de las atrocidades. Las palabras callan pero un rumor ancestral persiste en las creencias de quienes viven aún en inmediaciones del territorio ancestral , ecos de un lamento que se ahoga en el vacío, en la más eterna y absoluta negación que a la impunidad que corresponde a los que han sido silenciados. Otros vendrán a colonizar estas tierras, vivirán de las sabanas del Yarí como otrora lo hicieron los tiniguas, y en su lugar construirán con sus palabras y emularan situaciones idénticas para sobreponerse cada día al rigor de la existencia. Los descendientes tiniguas no estarán para recordar el paso de sus antepasados sobre la tierra.  Las memorias que persisten aun en lugares como  la serranía al sur del Meta y a orillas de laguna Yarumales, cuyo recodo  es el hogar permanente del viejo Sixto, que a cada tanto nos permitirá de vez en cuando rememorar los pareceres de una cultura ya extinta, quizás si se da el caso contará anécdotas de un pasado común, revelando igualmente las vivencias y los trajines que ocuparon gran parte de las horas o las preocupaciones que para concretar su existencia  desvelaron a los tiniguas.

Para construir una palabra  se necesita  de una práctica social,  y de una cultura que infunda materialidad a lo indecible, precisa de imágenes vividas que impregnen los sentidos del hablante,  porque sólo lo inolvidable es nombrado. En lengua ágrafa lo que existe sucede a partir de lo que se designa; la oralidad incita a los hablantes a continuar la búsqueda de lo ausente. Las anécdotas surgen del continuo ejercicio lingüístico, a partir del que es posible establecer un repertorio de formas y sonidos, de cuya recopilación se presenta la  ocasión propicia de componer un inventario que propicie una escritura, lo textual en continuidad con el pasado; el registro de un diálogo atemporal, que se  recre en el momento en el que se lee. En la oralidad se invoca el momento el instante mismo de la creación. Sin embargo es la letra la que hace del suceso algo trascendental, no obstante para escribir se necesita destreza, para reconocer en sus rudimentos   las huellas que persisten de un pasado sin nombre; de un significado que contiene una  sabiduría ancestral.

Desde su casa, dedica  hace un tiempo sus horas a realizar las labores que soportan su existencia y a apaciguar el peso de su pasado. Ya no hay nadie con quien hablar en tinigua, El sentimiento que le embarga es la certeza que cada día que viene, menos palabras saldrán de su boca, menos palabras habrá que decir; su ausencia más reciente así lo convoca; su hermano al partir dejo el mundo más silencioso; el tinigua se extingue como cuando se pierden ciertas cosas secretas que aún permanecen sin ser descubiertas que se han perdido y que a su vez se vuelven innombrables. Ya no habrá conversaciones que retengan la vida de los hombres, las voces se vaciaran de significado cuando el ultimo tinigua desguinde su hamaca y cifre sus últimos argumentos ante el vacío. Sin territorios para recorrer con la memoria, lugares con los cuales acariciar mediante la palabra. Los astros seguirán su curso pero ya sin su denominación que otrora les otorgaron en ‘palabra de los antiguos’ 1.

Para Sixto de los recuerdos aun quedan unos pocos nombres; y  entre las huellas que todavía persisten se encuentra Jizityu, su nombre, marca tinigua ancestral de significado también olvidado. Jizityu  se repone al hastió del olvido cotidiano, en sus frecuentes recorridos por las memorias que construyen su pasado,  traído de a poco por  las palabras, como fantasmas restituyen el testimonio de los que ya no están. En la Macarena permanecen en la invariabilidad de la sabana,  los inalterables tepuyes, testigos silenciosos de un pasado inexorable invisible a la mente de los hombres, siempre distante, fuera de alcance para hablar de lo que paso, unas pocas voces validas podían recurrir a la memoria para relatar contar lo pasado un ayer ignominioso; adquiere claridad momentánea, recrea en su oralidad que trae remembranzas de un pasado que trae tras de sí una ausencia contenida en unas palabras extintas. Ya no habrá manera de expresar tanto dolor, intentar hacerlo en otra lengua es de alguna manera postergar la zozobra.

El tiempo que media entre las temporadas de lluvias y sequía, y sin más fabulas que las que permite la memoria,  en una época en la que aún se hablaba tinigua y los recorridos se hacían de acuerdo a lo que la necesidad suscitaba; una fecha ha sido marcada, 1949. Los recuerdos ahora permanecen inasibles en su mente; del día en que unos hombres —azuzados según cuentan por Hernando Palma— cegados por la codicia prepararon las armas,  adentrándose en la selva  y  perpetraron el crimen que quedó grabado en un silencio tan hondo e indescifrable como la selva misma. Los motivos que nunca permanecen ocultos al silencio cómplice y criminal de los verdugos, confiesan que el propósito del ignominioso hecho fue  vengar el orgullo contrariado de su ‘patrón'( la tradición oral cuenta que ante la afrenta que recibió Palma debido a que se le impidió tomar por esposa a una joven, suceso que significó la extinción de la etnia tinigua), aquel que para proveerse de lo que no es propio, recurre a una mentira conveniente para disponer del destino de otros, como extensiones de su propiedad que por su irrelevancia pueden ser fácilmente desechados. Sólo basto un motivo, quizás suficiente para mover a aquella masa grupo de hombres enceguecidos  por la codicia, y sustentándose en la creencia de que a lo salvaje se le destruye sea animal, hombre, árbol, montaña, selva. Los machetes prestos al cinto, fueron desenfundados con la destreza necesaria que se necesita para segar la maleza indómita. Ante el desconcierto y terror por lo inevitable se exhibió el machete en cuyo filo se vertió que la sangre tinigua. hombres mujeres y niños fueron masacrados sistemáticamente y sus despojos abandonados en la selva.  En el desasosiego que deja la certeza de que aun en la ausencia los inocentes esperan por la palabras que les fue negada, en día en que  la codicia de un hombre  se erigió como juez infame y ejecutor de un acto de tal vileza ante una comunidad que huyendo de tanta violencia, buscó refugio en la selva, la misma que guardo  los gritos de dolor y angustia de tanto  silencio, ahora que la lengua tinigua se extingue y de su nombre apenas queda un rumor.

Es  mediante las palabras que podemos traer al presente a los ausentes,  por un instante es posible que el recuerdo sobreponga del silencio aparente, recobre el estimulo del indicio vital que lo generó, y a  su  inusitada potencialidad se le adjudique un espacio, sólo que para que en el momento preciso retorne a la memoria.  Más los recuerdos que aun conserva Jizityu son  mas vulnerables ante el olvido progresivo de su lengua. Prueba intangible de ello es que por más esfuerzo por dar a conocer los  recuerdos que no desvelan, el español es ajeno a la mente tinigua. De ahí que la  escritura  es una instancia posible para aquellos que sus vidas permanecen acalladas en el tiempo, ya no el recuerdo finito. Sin embargo, el pasado registrado en un libro sin una voz que lo reconstituya constantemente, es mas susceptible al olvido.  No sería  más que una mera anécdota de lo que pudo ser y no fue… La selva calla de día lo que en la noche desvela la vida de los hombres. Él intenta reponerse cada día a un trágico e ignominioso pasado,  el ayer es un lamento siempre presente, que ningún conjuro logra acallar, el eco latente de las voces del pasado, esas que cada noche reverberan en su memoria.

Un libro es memoria, el mito se hace texto cuando de la voz se concibe la palabra escrita, quedando en el murmullo del habla, persistentes evocaciones del pasado, que despiertan un latente necesidad primigenia. En tal ejercicio cada vocablo es inundado de múltiples significaciones, relativas al entendimiento humano. Inicialmente dicho texto se concebiría a manera de artefacto manuscrito  que registraría, no solo hechos relevantes a la comunidad, sino que también fragmentos de herbolarios, quizás contendría además páginas y páginas de referencias a tópicos arborescentes y  memorias comunes; así como los correspondientes correlatos fonológicos, morfológicos y las constituyentes estructurales que determinan el orden del habla, al igual que las  estrategias de preservación lingüística de sus componentes. Una ilusión anexa a esta tarea corresponde a la utopía revitalizar  una lengua.  Aunque para ello se hace necesario de una didáctica de la palabra y una pedagogía  como estrategia para salvaguardar el acervo cultural lingüístico del tinigua. Pero ante la imposibilidad de que un doblez de página se preserve un compendio de todo lo que por tradición oral fue aniquilado, apenas si persistirán unas pocas palabras que serán indicio (hablaran del depósito inmaterial) insuficiente apenas reseñable, un anecdotario de fragmentos de voces acalladas.

En la noche los significados serían más difusos, de haber una escritura propuesta esta retendría apenas los sonidos esenciales de la lengua, aunque algunas de sus realizaciones serían inciertas o serian motivo de discusión y desacuerdos. Pero estas voces dispersas ya no establecerán relaciones únicas, como simulacros hipotéticos solo funcionaran como ejemplos de gramáticas ideales mientras sus respectivos significados escapan a la mente. Los interrogantes se plantearían procurando adivinar los usos lingüísticos en que deviene cada lengua. Inevitable responder a lo incontestable sin recurrir a un artificio vacío de toda retórica. Recopilar en una lista de palabras sin ningún fundamento más que el de registrar palabras exóticas, pero no se puede catalogar sombra, sin suponer la noche, lo oscuro, el fuego, el miedo, la muerte, la tierra. Ninguna narrativa retendría los pensamientos esenciales del hombre tinigua. Una arqueología en este caso sería insuficiente, ningún ejercicio de la mente, pero no hay posibilidad de escribir un libro en lengua muerta.

Jizityu recorre a diario la selva, con un deber casi místico conversa con ella, por medio de un canto –indescifrable —le habla a los otros seres con quienes comparte su existencia en la tierra. Su mirada conserva aún la inquietud de un niño que ha perdido su juguete predilecto hace tanto,  que espera quizás con ingenuidad encontrarlo en el lugar menos esperado. Cada nombre remite a una entidad que es esencial a la cosmogonía del hombre tinigua, invoca a un ser cuya ausencia sólo puede ser ocupada por el recuerdo de su presencia sensorial pasajera,  por la sombra acústica de las palabras. Denominaciones como 2: ʧoˈɸa (‘culebra mapaná’) , ɲiˈɸo (‘luna’), ˈkʰaːba ‘gallina’; son habitantes indispensables de su memoria y remiten a un contacto irrevocable con el pasado. Remontando el camino que conduce a su casa —su mundo encuentra fronteras apenas en lo indecible—, señala de tanto en tanto las huellas dejadas por un nɨoˈkʰiɲa (‘tigrillo´);distinguiendo el rumor de un haːˈdai (‘río’) cercano y más allá el canto de una haˈʧaːbi (‘guacamaya’).

Sin embargo, más que el de recordar su oficio, como guardián de su cultura es el de discernir en la naturaleza los códigos secretos de la existencia humana —tal actividad escapa al compendio más exhaustivo que se pueda pretender alguna obra imaginable—, cuyo entendimiento para los demás solo es posible a través de la palabra, un canto lleva en sí mismo la esencia vital del ente homenajeado. El símbolo se hace texto cuando participa de una instancia que reservada para resguardar la siempre frágil memoria de la gente. A la muerte de su hermano se hizo más evidente fragilidad del pasado, tarde ha llegado la intención de llevar el tinigua a su versión más conservadora. Por ahora se esfuerza en conservar integro el conocimiento que heredo de unas manos antiguas y sabias, que contenida a manera de una enciclopedia oral se constituyó en parte del legado de este pueblo extinto; en que el saber transmitido de padres a hijos, aun hoy le permite estar en contacto con la remembranza tribal que le es más íntima y persistente, la lengua inseparable de la práctica permite resignificar las creencias y relacionar los elementos que en apariencia pueden resultar disímiles.

En un silencio casi secreto que le embriaga, Jizityu ahora se dedica a  extraer las últimas confidencias de las plantas en su lengua presentes, buscando  conjurar igualmente las complicidades  de sus hojas frescas selectas y milenarias, el viejo sabe distinguir de la mar verdinegra los especímenes más adecuados para la preparación de las fórmulas que usa con fines terapéuticos. Dicho ejercicio precisa de un sensible conocimiento  ancestral que se sobrepone al silencio de la selva. Ante la potencia expresión lingüística es consultada se interpela a la lucidez a su saber. Buscando emular la propiedad evasiva, la receta secreta cuyo don ha sido otorgado por los dioses. La cura que es el sueño de quienes conservan aun un misterio vedado a la ciencia en sus almas. Para hablar en tinigua se necesita despertar al tiempo, aducir la necesidad en un elemento que reside en una extensión vegetal, y que procede a si mismo de un territorio, de una tierra que a su vez  que deviene en  una extensión corporal.

En que se busca equilibrar las fuerzas que constituyen el cuerpo humano y que de su presencia depende el equilibrio presentes quizás mediante la ingesta de una infusión que contiene principio en cuya ausencia el hombre desarrolla una afección, encuentre la enfermedad. No hay una elección en que ejemplar vegetal ha de ser empleado para un fin en específico, es a través de la consulta y la meditación que la seña es descubierta, el origen en que no hay un precedente del mundo, la energía encuentra su forma vegetal, su extensión corporal en la coca o el tabaco. El espíritu descubre un vacío en la  selva en cuyo aliento encuentra  el recurso sustancial que es tributario –debe su forma—, un antídoto que remite al  principio germinal de la vida, la cura que es ejercida por intermedio de  las palabras, y  descubre un ritual, el conocimiento que proviene de la tierra es comprensible a los oídos que se desentienden  de aquellos sonidos articulados extraños, que solicitan la presencia de una entidad esotérica que invierta la divergencia energética que suscita una dolencia que solo es diagnosticada cuando el arcano es revelado a la conciencia y el significado aun no dicho se hace necesario. Un canto triste contiene la pregunta esencial de la vida. Habla en nombre de un animal, planta o antepasado, son guías de las creencias que tiene. De su clarividencia emergen frases inconclusas y  melancólicas,  que necesitan de una didáctica que las hace fácil para el habla , de unas palabras selectas de movimientos temporales, cuyos sonidos recrean las voces de otro tiempo en que la mente del hombre tinigua se ocupaba más en repoblar su mente con palabras que le recuerdan inusitadamente lo que fue y debió ser su pueblo.

Y de la tierra, geografía ancestral para Jizityu, espacio vital y/o destino ineludible. La chagra (‘ɸaˈɟona’) como lugar de sustento y encuentro para memoria medicinal del indígena, de su permanencia en la selva e indicio de su conocimiento ancestral . Si las selvas esconden el alma tinigua,  la chagra recupera su memoria, las creencias y la cosmovisión que otrora le fueron tributarias. Esta tierra que alberga un compendio de las relaciones el vínculo sagrado entre el hombre y la naturaleza que en la cotidianidad toda vez que una planta es destinada a reestablecer el equilibrio del alma a curar el espíritu o el cuerpo o recompensa el esfuerzo con alimento. Representa aun así para sixto la forma en que pone en práctica el conocimiento que le fue transmitido, recrea el oficio que le fue transmitido por herencia, exorciza los espíritus del pasado al traerlos a la memoria de aquellos que recurren a él ya sea para ser curados de múltiples dolencias que les aqueja o acaso requieren le piden consejos o necesitados de protección buscan amparo en su magia. De esta persistencia en el tiempo es que la voz tinigua se hace imprescindible, no como un vestigio, sino como un ritual imbuido de un conocimiento ancestral que se fundamenta en los usos y los efectos de las plantas, la formulación de unas propiedades curativas en que se hayan consignado el compendio medicinal atemporal que hace parte de la tradición oral tinigua.

Sus palabras le permiten retener las últimas remembranzas de su pueblo, son en medio del silencio lo único  que le ha permitido reivindicar la realidad.  Él se constituye en el último portavoz del pueblo tinigua, un sobreviviente condenado a vagar en un mundo en el que el recordar se convirtió en una necesidad vital,  un modo de vida. Jizityu trata de recomponer los recuerdos acallados, ausentes , en que el trajín del día trae a este viejo la certeza  de que su propósito incansable debe reemprenderlo a diario ( es un propósito de nunca acabar). Es la razón por la que permanece aislado en la selva, su último hogar.  La soledad es la última intención a la que se aferra, porque al finalizar el día, este es el ejercicio que lo reivindica, le permite recuperar tanto el recuerdo de los que ya no están, así como sus creencias y ensoñaciones. No obstante todo es vano si se considera que aparte de Jizityu nadie mas habla la lengua. Por lo tanto cada termino recolectado pasaría eventualmente a integrar un índice de usos lingüísticos cotidianos,  que desde ya pueden incluirse en una potencial lista de palabras olvidadas.

* Se agradece las observaciones realizadas por Daniela Osorio y Juan David Rodríguez con respecto al título del presente escrito.

Haravicus para Laguna Negra

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1 Tobar, N. (1994). «En el umbral de una muerte inevitable: los Tinigua de la Sierra de la Macarena». Simposio, VII Congreso de Antropología. La recuperación de las lenguas nativas como búsqueda de identidad étnica (CCELA – Universidad de los Andes.)

2 Léxico extraído de:  Tobar, N. (2000). Anotaciones sobre el tinigua. Anotaciones fonológicas y morfológicas. Lenguas Indígenas de Colombia,  una visión descriptiva. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá. pág. 669- 679.

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Orosz, Demian. (28 de noviembre de 2016). “La última palabra”, la película cordobesa que se convirtió en una odisea en la selva. La voz. Recuperado de: http://vos.lavoz.com.ar/cine/la-ultima-palabra-la-pelicula-cordobesa-que-se-convirtio-en-una-odisea-en-la-selva-colombiana

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