Durante la Revolución Cultural China el gobierno de Mao Zedong creó un particular culto al mango como estrategia propagandística en 1968.
Hace ya algunos meses, y de distintas fuentes cercanas a mí, he encontrado una tendencia bastante peculiar alrededor de la comunidad china—de la República Popular China—en donde se encuentre y a donde llegue: tienen una increíble fijación con los mangos.
Como si me lo mencionara Bubba en medio de la célebre Forrest Gump, a los chinos les gusta el mango en todo: jugos dulces de mango, salsas especiales de mango, confitería de mango, pasabocas de mango, chicles de mango, comidas saladas con mango, ensaladas de mango, helados de mango, mango en casquitos, mango en tajadas, mango en cubitos, mango flotando en tus bebidas carbonatadas y mis odiadas chupetas de mango, entre otros. Está en todo, es algo inevitable y parece que nunca va a parar. ¿Por qué esta ‘fiebre de mango en la noche’ se mantiene? ¿De dónde vino?

El fruto de la Mangifera indica, una deliciosa y jugosa forma irregular de colores brillantes y alta en azúcares proveniente del sudeste asiático es la envidia de muchas frutas tropicales. Bautizado por los portugueses como manga en el Siglo XV, este cultivo se expandió por el mundo en muy corto tiempo para luego ser protagonista en la cocina tradicional de algunos lugares de clima templado. El mango como fruto no tiene preferencias ni etiquetas geográficas más allá que el uso del árbol más versátil (Gomera-1, proveniente de Cuba) y cuya cepa más popular en el mercado —el mango Tommy— fue bautizada por Thomas H. Atkins del Condado de Broward en Florida en los años 20, y luego herramienta de la Revolución Cultural China, un largo, descabellado y violento periodo en la historia política de un país que, a simple vista, de mangos no parece.
Todo empezó el 5 de Agosto de 1968 en medio de un conflicto interno entre las distintas facciones de la Guardia Roja —una organización de estudiantes como impulsores radicales de la propaganda maoísta— especialmente en la toma gradual de la Universidad de Tsinghua en Pekín. Se vivía un momento bastante tenso y cada vez era mayor la necesidad de un mensaje unificador. Es aquí cuando el Ministro de Relaciones Exteriores pakistaní, Mian Arshad Hussain enviaba, como una diplomática cortesía de su país de origen un cargamento de mangos —amarillos y brillantes— a Mao Zedong, quien tomó una decisión que ayudaría en muy poco tiempo a consolidar su imagen de ‘divinidad’ como Gran Lider en todos los rincones del país de los dragones.

Shanghai renmin meishu chubanshe (上海人民美术出版社供稿)

Mao envió los mangos a su grupo de propaganda e ideología —de los trabajadores y campesinos— como una expresión de cariño en agradecimiento al sacrificio que hacen estas personas a lo largo de la nación; incluso estos fueron proclamados como los “Gestores permanentes” de la educación en el país —al momento de recuperar el control de la Universidad de Tsinghua—, logrando así no solo superar en algunos apartes el conflicto interno causado por la Guardia Roja, sus estudiantes y su exagerado poder en el momento sino también el reafirmar el rol del partido y los principios maoístas —puros— en este periodo, el cual podría considerarse la conclusión de la Revolución Cultural China. Al ser un fruto casi desconocido en el país, los mangos resultaron ser una de las mejores movidas políticas en el momento por parte de Zedong; rápidamente alcanzaron la atención de superestrellas al ser distribuidos como objetos milenarios de museo por distintos lugares, especialmente los rodeados por las organizaciones y gremios de obreros. Cada mango llegaba a una fábrica, en donde sería preservado —o en algunos casos consumido— y cada trabajador tenía derecho en la mayoría de casos a tener una réplica de cera o papel maché encapsulada en una urna de cristal que normalmente tenía una inscripción serigráfica con el rostro del Gran Lider y una leyenda de conmemoración por el gesto.

No todos los mangos fueron preservados; los que empezaban a pasar su maduración se pelaban cuidadosamente para luego ser hervidos en agua y su caldo —tomado una cucharada por trabajador— tomaba el carácter de una fuente de la juventud o el contenido de un santo grial. El fervor revolucionario combinado con este gesto de gratitud resultaron en un encuentro casi poético entre la divinidad y la ideología, y así como retrata a través de discursos y canciones la película de propaganda La canción del mango (芒果之歌) de 1976, para los trabajadores organizados este regalo no solo fue una ofrenda milagrosa al pueblo sino también un llamado de atención a los estudiantes —de la Guardia Roja— quienes se estaban saliendo de control gradualmente. "Con cada mango, gran preocupación" decía la frase, haciendo alusión a cómo Mao Zedong, en su gran capacidad de líder tomaba riendas en el asunto a través de sus mangos milagrosos.


No pasó mucho tiempo para que esta locura por los mangos milagrosos de Mao empezara a desvanecerse; ya durante aproximadamente dos años se habían puesto de moda las vajillas con inscripciones de mangos, los cigarrillos sabor a mango y otra gran variedad de productos; no obstante, el recuerdo de cómo un fruto amarillo pakistaní fue una herramienta casi espiritual para parar la violencia sin control del momento y unificar al pueblo quedo inscrito fuertemente en la sociedad china y, con el tiempo, esto se ha reproducido en muchos rincones del planeta, de una manera mucho menos revolucionaria, claro. Los mangos, regalo de Mao Zedong (quien según Alfreda Murck, no le gustaba la fruta) lograron de forma sorprendente, por poco tiempo, y a través de un largo viaje crear un aire que en general la misma Revolución Cultural no logró crear de la mejor manera en el agitado pueblo chino de ese entonces: el de una paz colectiva a través del trabajo.
Larga vida al mango.
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Lectura sugerida: ‘Mao’s Travelling Mangoes: Food as Relic in Revolutionary China’, Past and Present supplement 5 (Relics and Remains). 2010. Editado por Alexandra Walsham.