“Hay un dolor de huecos por el aire sin gente
Y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!”
Federico García Lorca
Un par de horas antes o después del mediodía la plenitud del sol ilumina, desde el blanco sucio de un enorme muro, la escena y la mirada, un momento en que todos parecen bailar o jugar; las ventanas y los niños. Cuadros o rectángulos pequeños dispersos en la inmensidad del muro, sus líneas horizontales o verticales encerrando oscuridad mediana, plena, directa o indirecta; algunas tienen rejas y vidrios, otras encierran otro muro que las libra de su oficio de ventana, o llevan una cortina blanca o una cortina oscura que les permitirá descansos intercalados o permanentes.
Más abajo, abriendo la escena a pocos metros de distancia del muro están las miradas de los niños, cada uno con su intriga; tal vez se acerca una madre, un carruaje, algún tranvía… mientras que para otros se juega en el suelo una apuesta, un yermis, seis canicas midiéndose en distancia desde un solo punto, o quizás no una apuesta, sino algún animal sorprendente que ha logrado su propia tropa de seguidores. En planos secundarios, la mirada cómplice que sonríe, la mirada hostil que teme, la mirada curiosa elucubrando y riendo suavemente desde la distancia.
Atrás de ellos, en el fondo, junto al muro, hay otro grupo dispuesto en círculo, de pantalones cortos y con las manos en los bolsillos, muy a la espera de un canto o una bola que dé comienzo al juego.
Los niños y las ventanas; los hay grandes, pequeños y medianas, las ventanas todas de frente, los niños en cambio de perfil, de espaldas, totalmente de frente, inclinados, o viendo, con su pecho en diagonal, hacía el lente. Cercano al centro de la imagen pasa apacible un sombrerito negro con gran barriga y piernas largas, viste traje oscuro y camisa perfectamente blanca. Hay tanto movimiento que entre los tonos de gris podría intuir el color de la piel de los niños o de los sweaters, chaquetas y camisas que los abrigan.
Parece que la música viniera de los cuadros que bailan en el muro, cuadros que del otro lado, habrán de ser luz, consuelo o esperanza, tal vez ventana o inesperada ruta de evacuación ante la furia del silencio o la noche. Quizás también desde esa oscuridad nos miran. Y por si fuera poco el encuadre colgando como un pequeño cuadro desbalanceado deja ver en una esquina el cielo claro, porque pese a todo, desde el fondo y en todos los niveles (también en este), emerge un divertimento, una música que obliga a bailar o a sonreír.

*Esta serie de écfrasis son producto de la visita a la exhibición de las 133 fotografías de Henri Cartier-Bresson que se realizó entre el 13 de mayo y el 28 de Agosto de 2017 en el Museo del Banco de la República.