Ficción

Brevísimos relatos sobre el teléfono y la ropa

Brevísimos relatos sobre el teléfono y la ropa

Linda Aragón
Imagen portada de
Camilo Calderón
2021-09-11

Nota del editor. Hace poco hablaba con un compa sobre cómo era de difícil el humor en medio de la information superhighway, a lo bien ¿han pillado lo difícil de reírse en el contexto de las redes sociales de algo que no sea nuestra propia desgracia? Estos cuentos de Linda le alegran a uno la vida porque nos recuerdan que afuera de ese contexto la gente es chistosa solo porque reírse es una chimba y ya, no tiene uno que compensar nada, no tiene uno que usar la risa para sepultar la tristeza.

El hijo de Carmelo, que vivía en la ciudad, le regaló un celular para que recibiera llamadas nada más. Se lo explicó:

—Papá, oprimes este botoncito verde cada vez que suene el teléfono. 

Un día se encontraba solo en casa. Atala, la esposa, se había ido del pueblo para visitar a su hijo. La extrañaba. Carmelo quiso llamarla, pero una voz le dijo: “Su saldo es insuficiente para realizar esta llamada, lo invitamos a recargar”. 

Carmelo pensó que a él lo escuchaban, entonces respondió: 

—Déjeme hablar con Atala un rato. Fíeme hoy. Mañana yo veo cómo recargo.

***

El señor Jacinto tenía un teléfono que al oprimirle una tecla emitía una voz femenina: “La hora es 10 a.m.”. 

En una parranda alguien le preguntó que por qué se había quedado solterón. Jacinto no dudó en responder: 

—Yo no me he quedado solo; me acompaña una mujer que me da hasta la hora. 

***

Mi abuelo decía que el cuerpo de las mujeres que solamente usaban faldas y vestidos era un templo. 

El mío será un bar de mala muerte: no salgo de casa sin mis bluyines apretaos.

***

En diciembre Amalia se fue a la esquina a recargar su teléfono, quería llamar a sus familiares y amistades en Navidad. Ella anotó su número en un papelito y se lo entregó a una muchacha para que efectuara la recarga.

Después de unos minutos Amalia quiso comprobar que todo estuviese en orden: intentó llamar a su madre, y no, no fue posible. Seguía sin saldo. Miró el número que había anotado y observó que se había equivocado en el último número: era 1, y ella escribió 7. 

Amalia sintió rabia consigo misma, pues la recarga era de veinte mil pesos. Le pidió a la muchacha que llamara al número que había recibido la recarga. Amalia carraspeó su voz para aclararla y dijo con rabia y resignación:

—Aló. No lo conozco, es verdad, pero quiero que sepa que ahí le mandé los aguinaldos.

***

Luego de mirar un rato a su mamá lavando, asume que la ropa tiene piel, venas y que siente los garrotazos que le da con el manduco a los trapos para despercudirlos. La duda punza la lengua del niño. No puede evitarlo, lanza una pregunta, o bueno, dos:  

—¿Por qué le pega a la ropa, mamá? ¿Qué le ha hecho a usted?

***

—Siempre te veo luciendo camisas blancas, ¿no hay más colores para ti?

—El blanco me cautiva.  

—Se ensucia muy fácil…

—Entonces que el día escriba en mí. 

—En el día te puedes topar con sentimientos sin porvenir, amores contrariados, miradas punzantes, historias volátiles que no merecen ser escritas. 

—En ese caso la camisa blanca aludirá al síndrome de la hoja en blanco. 

—Aunque… hay algo que se puede escribir en la camisa, algo que depende de un descuido o torpeza: el café; quizá ese episodio te ofrezca una historia con final abierto. 

—¿Podré decir lo mismo acerca de las paladas de tierra que me echarán encima cuando me muera y esté vestida de blanco? 

***

Tito, mi papá fanático del vallenato, quedó fascinado con la camisa verde que lució Diomedes Díaz en la carátula del disco Ganó el folclor, en 1988. La buscó en los almacenes del Centro Histórico de Barranquilla. Estaba agotada. Siguió caminando, no sentía los pies. Preguntó y preguntó, pero no, estaba agotada. Al final de la tarde, un tipo le gritó desde un local: 

—¿Qué busca, caballero?

—La camisa verde de Diomedes —contestó Tito mientras se acercaba al almacén. 

—Lo veo sudado, se nota que la ha buscado bastante. ¡Yo se la tengo! 

—Ajá. Muéstremela. 

—¡Esta es! —exclamó triunfalmente el vendedor y señaló la camisa. 

Era una camisa amarilla. Tito, extrañado, le dijo: 

—Pero es amarilla, yo le dije que la quería verde. 

—Mi hermano, la camisa era verde, lo que pasó fue que se maduró.

Mi papá no se fue muy contento de ese lugar: le mentó la madre al vendedor.

Linda es comunicadora social-periodista y especialista en Gerencia de la Comunicación para el Desarrollo Social. Es además fotógrafa documental y voice-over. A través de la escritura y el lente cuenta historias sobre la relación de las personas con el agua y el territorio, la vida cotidiana y la cultura popular. Ha expuesto en varios países de Latinoamérica y publicado en un montón de sitios, pero a nosotros nos trama mucho su crónica sobre el agua y las mujeres en Pedraza (Magdalena), su otra crónica de viaje por Cuba, su perfil de Carlos Vallejo y la historia de La Fiera. Ella dice que trata de "quitarle al olvido lo que quiere llevarse y poner ventanas donde hay muros para contar historias con mucho ‘feeling’". Y sí, eso hace.

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