Opinión

Imágenes en disputa y una arenga sin final

Imágenes en disputa y una arenga sin final

Equipo Laguna Negra
Imagen portada de
Camilo Calderón
2021-05-28

Arenga sin final, por Juan Monroy

Gráficas de Camilo Calderón
¿Por qué la gallina cruzó la calle?
Para llegar al otro lado.
¿Por qué la calle cruzó el pueblo?
Para llegar al otro lado.
¿Por qué el pueblo salió a marchar?
Para exigirle justicia al estado y hacer valer su dignidad.
¿Por qué el estado nos quita los ojos cuando estamos protestando?
Para que nadie los vea cuando mienten, roban, violan y asesinan.
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué nos asesinan?
Si somos la esperanza de.

Imágenes en disputa, por Cristian Moreno

[...] nosotros producimos y cuidamos la vida. O lo que viene a ser lo mismo, cuidamos el futuro. Y no solo el futuro de nosotros como comunidad, no compañeros y compañeras, cuidamos el futuro de todos, hasta el futuro de ellos y el de sus hijos. Porque esa máquina automática de muerte está acabando con todo el planeta y sin planeta ni siquiera ellos van a poder sobrevivir.
Francia Márquez (en Elástico de sombra, de Juan Cárdenas)

I

Estoy cansado. Escribo esto tras varios borradores descartados que trataban de decir lo que resulta obvio: la revolución molecular disipada es una forma idiota de decir Doctrina de la seguridad nacional, los abusos de la fuerza pública no son solo abusos, son crímenes, la policía no debería estar amparada bajo el fuero militar; también traté de decir que históricamente las Fuerzas Militares han sido un obstáculo para todos los procesos de paz y éste no es la excepción: vean a Rito Alejo o a los militares en los videos de la Comisión de la verdad reacios a reconocer responsabilidad y con la misma actitud negacionista de los tiempos del Estatuto de seguridad de Turbay, idénticos al ministro Molano, el Centro Democrático y otros congresistas que hoy consideran mentiras los abusos documentados de la fuerza pública.

Estaba intentando decir todo eso en un texto argumentado con hechos históricos movido por el presentimiento antiquísimo que han tenido antes de mí un montón de lectores de libros de historia: esta sensación de que en el pasado está contenido el presente, y también movido por la advertencia de que el que no conoce su pasado va a terminar en el futuro repitiéndolo. No estoy seguro de que a los historiadores les guste mucho que uno se ponga a rehabilitar los anacronismos, pero las evidencias a favor de esa sensación de que los tiempos de alguna forma se repiten a veces parecen abrumadoras.

II

Estoy espantado, decía. Y estoy espantado porque lo que leí y vi estos días me dicen que lejos de ser un idiota el presidente es espantosamente eficiente en el ejercicio del poder ejecutivo, igual que sus pares desde hace más de 30 años: maniatados por los intereses minoritarios que financiaron su posesión se toman la protesta social como una amenaza existencial, endurecen las políticas de orden público al tiempo que niegan abierta y descaradamente los abusos, pliegan los demás poderes a la voluntad de los intereses que los pusieron donde están y consideran que los estallidos sociales se deben a las pretensiones electorales de sus contradictores políticos.

También estoy espantado porque todo eso pasa en nombre de una institucionalidad, la institucionalidad de ellos, la misma que lleva décadas a desatando los macabros automatismos del despojo.

III

En medio del espanto recordé un libro de José Antonio Figueroa en el que se reconstruyen los mecanismos a través de los cuales las élites, supuestamente liberales, en los años 70’s crearon una imagen del campesino de la Costa que contravenía la organización política y cultural de esos mismos campesinos; un montón de folcloristas y funcionarios tras leer Cien años de soledad consideraron que lo que Gabo criticaba en la novela era más bien una señal de distinción exótica de los campesinos de la Costa. Crearon una imagen del campesino tradicionalista justo en el momento en que los campesinos organizados reclamaban redistribución de tierras, entre otras reformas modernizantes para salir de la difícil situación en la que estaban por cuenta de las políticas de los terratenientes. Son mecanismos similares a los que Isis Giraldo describe en una entrevista que le hicimos: hay un montón de imágenes y prejuicios en la cultura promovidas a través de los medios por líderes de opinión racistas, clasistas y machistas que terminan siendo entrenadores afectivos para la gente.

En el contexto de la larga obsesión nacional con salir del subdesarrollo y modernizar al país, estos (neo)liberales activos (intelectuales, políticos y directores de medios) han moldeado la forma en que piensa la gente acerca de sí misma al punto de que en un chat familiar pueda uno leer frases equivalentes al “no estarían recogiendo café”. Ese sostenido trabajo de estigmatización se vale de la exclusión y criminalización de los consumidores de drogas, los ‘vagos’, los ‘desechables’; los que son constantemente reubicados según mandato de la alcaldía de turno, la fuerza pública o de los traficantes, y sobre los que recae todo el peso de la condena moral y de la ley.

Emparentadas las unas con las otras hacen parte del arsenal de violencias desencadenadas por las élites para negar sistemáticamente los derechos a las personas que hasta por el más mínimo motivo se oponen, o no se adaptan, a su obtusa versión del progreso del país. Todas esas imágenes y los juicios infundados ligados a ellas también están emparentadas con la criminalización de la protesta social y los manifestantes. El mecanismo es casi el mismo: usan los medios oficiales y no oficiales para mostrar una imagen desfavorable de quien reclama sus derechos. Luego toman las decisiones que toman para asegurarse que el sujeto sobre el que se levanta la imagen desfavorable no impida el progreso de ‘la gente de bien’, es decir, su progreso y su desarrollo.

Sobre todo cuando su progreso, su desarrollo y sus emprendimientos consisten en prestar sus avionetas para "emprendimientos humanitarios".

Las élites no innovan. Realmente han combinado todas las formas de lucha contra la gente.

IV

Ahora que el espanto se ha convertido en agobio, me doy cuenta de que esas imágenes de los pobres perezosos, de los campesinos que prefieren un patrón en lugar de luchar por sus derechos, la imagen de las multitudes urbanas que no quieren progresar o de los jóvenes drogadictos son ahora mismo imágenes en disputa. Salgo a una manifestación y veo jóvenes gritando en contra de todo eso y más. Veo la comunidad trans oponiéndose a las políticas de espacio público y a la policía, o a los líderes indígenas plegándose para proteger a los manifestantes y replegándose para tomar decisiones en lo que es todo un aparato político de reivindicaciones vitales, entro a las redes y encuentro gente que cuestiona la voz pasiva a la hora de informar sobre los asesinatos de la fuerza pública y amenazan con castigar electoralmente a los senadores y representantes que no botaron al ministro de defensa de su cargo.

Es evidente que la gente no solo está resistiendo

Al despliegue automático de los mecanismos que significan violencia contra el pueblo, el pueblo siempre responde con formas de resistencia y organización que responden a las imágenes estigmatizadoras que sobre ellos circulan en la esfera pública cooptada la minoría en el poder; los ejemplos de esto sobran, miren la organización de las primeras líneas, el careo en Portal de la Resistencia al secretario de gobierno, la estructura de las organizaciones negras e indígenas que a todo volumen están diciendo que su lucha es una lucha universal, que es nuestra, la gente que sale a las manifestaciones a bailar o a teñir de color rojo la fuente del órgano de propaganda del gobierno. 

Fotografía de Mauricio Alvarado [Instagram]

Y no son organizaciones surgidas este mes, unas son expresiones políticas de resistencia, otras auténticas tecnologías de defensa.

VI

Y ya, era eso: el Estado y sus integrantes no solo son incapaces de aprender de sus errores, sino que sumidos en su crueldad de fábrica ni siquiera están abiertos a la posibilidad de una renovación. La gente sí. A pesar de la violencia de este último mes, a pesar de que la máquina cegadora funciona con más fuerza que antes, con más sevicia que nunca, la gente está afuera aprendiendo, escuchando y cuidando. Cuidando del futuro. El saber popular se acumula, vivifica y se expande contrario a la doctrina que cada década se inventa un nuevo enemigo interno, a la que por acción u omisión los privilegiados que ahora mismo se disculpan adhieren también cada cierto tiempo.

Las élites vaciadas de propósito histórico que deben recurrir a la fuerza militar y paramilitar para seguir defendiendo intereses ajenos al pueblo que los elige no saben parar, no conocen su historia sino a través del uso de la fuerza, a través de la cárcel de su propia educación. El pueblo sí sabe. Y cada vez que para se está negando a repetirla.

VII

No quiero terminar el texto repitiendo el gesto del rector de los Andes de poner a un lado las instituciones bien delimitadas con sus dirigentes y al otro lado al pueblo, esa masa amorfa en la que según él ‘no hay nadie con quién sentarse a hablar’. El asunto es más complicado y sostener esa distinción sería ignorar que las reivindicaciones sociales latinoamericanas más recientes han escogido el Estado y las instituciones como un lugar de disputa, eso es básicamente perpetuar abiertamente una forma de violencia que fija a la gente en el lugar de subordinación que estamos justamente tratando de cuestionar. En una conferencia sobre la cuestión agraria en Colombia que dio Alfredo Molano precisó algo que parece obvio pero que no sobra recordar:

[…] habrá un post acuerdo, pero un postconflicto no, porque los conflictos sociales no se van a acabar, ni la intención de los acuerdos es acabar los conflictos sociales. Los conflictos sociales son la energía que permite crear al Estado... simplemente seguirán los conflictos sociales de los maestros, de los sindicatos, de los campesinos, de todos nosotros... Y eso hay que contemplarlo como el dinamismo, como la energía de una sociedad que permite organizarla, que permite la creación de Estado, de un Estado que sea de alguna manera un bien común (1:19:00-1:21:30)

Yo creo que eso que decía Molano es el mínimo exigido en lo que va de este Mayo del 2021. Si queremos eso, si de veras queremos que el Estado sea un bien común, lo mínimo que tienen que hacer los dirigentes es dejar de negar la existencia del conflicto armado, dejar de justificar el paramilitarismo, reconocer el uso de la Doctrina de seguridad nacional para luego abandonar sus postulados, quitarle el fuero militar a la Policía (para empezar) y garantizar que los agentes del estado que dispararon sus armas a los manifestantes sean judicializados, que aparezcan los desaparecidos, además de garantizar que no van a perseguir judicialmente a las primeras líneas.

Sé que todo eso no va a pasar ahora (por eso el cansancio, el espanto y el agobio), pero tampoco quiero pensar que no va a pasar nunca.

VIII

¡Viva el Paro Nacional!

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