Opinión

A propósito de tombos hijueputas

A propósito de tombos hijueputas

Cristian Moreno
Imagen portada de
Marcia Díaz
2020-12-05
Believin’ all the lies that they’re tellin’ ya
Buyin’ all the products that they’re sellin’ ya
They say jump and ya say how high
Ya brain-dead?
Ya gotta fuckin’ bullet in ya head?

"Bullet in the head" de Rage against the machine

Bogotá, D.C., 27 de noviembre de 2019.

I

Soy Cristian, nací en Soacha y viví 20 años allá. Nos mudamos con mi familia porque, como la mayoría de la gente, trabajamos y estudiamos en Bogotá, y el transporte incluso ahora con TM, ha sido siempre una re-mierda. Cuando cumplí 18 me citaron a definir mi situación militar en el polideportivo de Soacha y terminé prestando el servicio militar, entre tombos, en la Policía Metropolitana de Bogotá. Desde entonces siempre he pensado que por algún sentido del deber, o por mi estupidez, me sometí todo ese año a mi primera alienación laboral.

Del día de la citación recuerdo haber visto a mi amigo Diego irse del polideportivo en que nos tenían a todos esperando con un papel que decía que era hijo único. Se había librado, pensé, pero le esperaba la tortura burocrática que significa (o significaba) obtener la libreta militar. Siempre me he preguntado por qué simplemente no fui, porque simplemente no me volé y ya. Quedar como remiso ahora no me parece tan grave, pero en ese momento sí me lo parecía; uno de esos militares hijos de puta nos dijo que ‘acá no estaba nadie a la fuerza’ y pues, no era cierto.

La cadena de amenazas empieza con la clásica de ser remiso, y por ello estar expuesto a que se lo lleven a uno cualquier día en que hagan ‘batida’, continúa con la deuda que se supone uno acumula por no presentarse a las citaciones, y se prolonga con la vieja incertidumbre laboral en la que no te contratan si no tienes la libreta. Si a eso le suma uno la amenaza de que se lo van a llevar a Tolemaida, repetidas en el polideportivo de parte de los militares que nos vigilaron, los médicos que nos examinaron y los militares de alto rango que almorzaban delante de un poco de pelados hambrientos que esperaban librarse de la diligencia lo antes posible ¿qué otra opción tenía? Tenía 18, estaba aterrado porque en la mañana de ese día había amanecido en mi casa y había dejado un disco a medio escuchar, un libro a medio leer y una pelada a medio parlar, y estos hijueputas me estaban diciendo que iba a terminar el día rapado y en el Tolima.

Las amenazas con Tolemaida surtieron efecto cuando los que en verdad me reclutaron fueron los tombos. Obvio, lo asustan a uno todo el día, con qué será de uno en el ejército, con que ya uno no va a ver a su familia sino en las visitas. Luego los tombos le prometen un trabajo mal pago con la ventaja de ‘ir a dormir todos los días a su casa’, y uno cree que la sacó barata. En ese momento no ir a ejército fue un alivio, pero ahora me parece una mierda. De ese día de la citación recuerdo que nos sacaron esposados y en fila del polideportivo, nos metieron a un bus y nos llevaron a otro polideportivo, el del Salitre sobre la carrera 68. Allí firmé un papel que, me decían, no podía no firmar, y me dijeron que me esperaban rapado en la media torta al día siguiente a las 6 de la mañana.

Obedecí.

II

El servicio militar como uno de los tombos bachiloca fue el primer trabajo que tuve: una rutina alienante que consistía en el mero acto de hacer presencia en lugares críticos para la seguridad de la ciudad, sin la posibilidad de verdaderamente intervenir en situaciones de riesgo del orden público. O sea, estar parado todo el día en un puente, en una estación de Transmilenio o escoltar y acompañar un operativo de seguridad en las vías, en silencio, como un poste: el auxiliar de policía no puede hacer ninguna detención, no puede hacer ningún procedimiento legal de captura y está permanentemente sometido a lo que su superior considere [1].

Tanto los tombos que me hicieron firmar el papel en el Salitre, como los que me entrenaron y los que me supervisaron todo ese año actuaron como si les debiéramos obediencia mezclada de forma pasivo-agresiva con otro poco de mierda; para asegurar la obediencia había un premio todo chimbo al final del camino (los supuestos privilegios de una libreta militar de primera clase y la oportunidad de ser considerados para una carrera dentro de la institución) y amenazas inocuas como que a cualquier sanción gravele sigue una inhabilitación para ejercer cargos públicos, o que si hacen que los comandantes vayan a buscarlos a las casas por no ir un día al trabajo los iban a mandar a Tránsito, o nos iban a recluir en una estación de policía en algún otro departamento del país o alguna mierda así.

III

La policía es una institución absolutamente enferma y efectiva. No imaginan lo enfermizo que es estar haciendo guardia y tener que ver gente teniendo una vida mientras uno está ahí parado como un güevón regalado, y efectiva porque al estar por ahí de pie la gente era verdaderamente amable, y no solo nos llevaban gratis en sus automóviles cuando hacíamos autostop, sino que nos daban comida o regalos por estar ahí, digamos, frente a un local comercial o supermercado. La gente se sentía segura.

Yo imagino que eso hacía parte de la política de seguridad democrática: un montón de bachilocas custodiando la hora pico desde el andén, desde el puente, requisando a la entrada de las estaciones de TM, pero sin ninguna autoridad para hacer algo encaso de que el orden público se alterara. ¿Así o más simulacro? Súmenle que cuando estuve en TM tocaba reportar arma blanca y nos obligaban a requisar universitarios para cumplir una cuota mensual. La versión bachiloca del falso positivo.

Pillen, le tengo que quitar el bisturí al estudiante de diseño o al de arquitectura para reportarlo como arma blanca, tengo que despejar a un habitante de calle de un barrio clase media para que los vecinos no se molesten, y fuera de eso me tengo que mamar que le digan a uno que ‘ese uniforme conlleva una gran responsabilidad’ y le hacen a uno aprenderse ese dizque poema que se llama ‘Señor de sí mismo’, cuya única estrofa que no he podido desaprender parece escrita por el mismo bobo hijueputa que escribió el himno nacional: “[…] cuando el surco caliente de una bala/rompa el espejo negro del silencio,/cuando florezca un clavel ensangrentado/en el pecho de tu compañero/y eleves al Señor una plegaria,/sin rencor ni quejas ni lamentos,/cuando debas tirar y tu disparo/ sea sin odio y a la vez certero […]” Esa mierda, parce. Y los tombos se la creen, se creen una institución con mística, ellos, una institución abiertamente homofóbica que se da el lujo de tener una red de prostitución homosexual en su interior.

IV

©Condía
Tombos junto a otros tombos del ESMAD por  ©Condía

Antier se murió Dilan y es obvio por todos lo vídeos que ese disparo de uno de los tombos del ESMAD fue certero y con odio. Hay una entrevista reciente en que un ex miembro del ESMAD da una declaración que es el motivo por el cual les cuento todo esto en modo catártico, el ex tombo dice:

"Como eso inicia a las ocho de la mañana y llegan a las cuatro de la tarde a la Plaza de Bolívar, desde las siete a uno lo tienen ahí. Hay veces que no dan nada de comer, no nos permiten ir a comprar algo de tomar. Uno dice: ‘Mi capitán a ver si mandan a comprar algo de comer’, y dicen: ‘No porque estamos esperando las marchas de esos hijueputas estudiantes, y por esos hijueputas es que estamos aquí aguantando hambre’. Eso emputa más a la gente. Y en el momento del tropel ya se vuelve algo personal, uno sale es a defenderse de agresiones. Uno ve que le botan cuatro o cinco botellas de gasolina y luego una incendiaria y siente que se prende por todo lado, entonces ataca en defensa propia."

Yo creo que ese es el estado actual y una de las razones del despliegue de brutalidad policíaca de estos días. A pesar de las garantías y de que paguen seguridad social, ser parte de los tombos es un trabajo de mierda en el que adiestran a la gente para odiar al pueblo al que se supone sirven. Hay algo profundamente podrido en esa instrumentalización de los sentimientos que es idéntica a las “medidas preventivas” anteriores al paro; los empresarios y los políticos que vampirizan nuestros derechos y recursos están haciendo lo mismo que ese comandante hizo con el ex tombo: meternos miedo, amenazarnos para evitar que reclamemos lo que es nuestro por derecho, para evitar que exijamos nuestra libertad. Fue lo mismo que en menor medida me hicieron el día de la citación [2].

Mi intención no es hacer una apología de los tombos o alguna maricada que produzca el efecto del tombo que con el celular dice ‘perdón, nosotros sabemos que ustedes también protestan por nosotros’. Pero tampoco es un secreto que a los de menor rango les va una mierda en las fuerzas armadas, y a los que prestan servicio peor; el tombo que mató a Dilan lo echan y se jode, al general a cargo que dio la orden de hostigamiento lo ascienden. Toca pensar en el montón de mierda que creen, en el montón de mierda a que los someten y en el montón de mierda que comen, toca pensar en ese balazo envenenado encrustado en la cabeza de la gente que atenta contra el pueblo al que se supone obedece y protege.

De lo contrario, episodios como el homicidio-suicidio en Puente Aranda el año pasado, o el suicidio del pelado de guardia presidencial van a seguir pasando. La violencia al interior de la institución es directamente proporcional a la violencia y presión ejercida no sólo sobre ellos, sino sobre todos nosotros. Esa violencia es desde hace años evidente, pero los medios apenas la registran porque enfermas de “prestigio” y “honor”, cualidades que las fuerzas armadas consideran sagradas y superiories, incluso por encima de su legitimidad.

Esa larga represión tiene la misma edad que la guerra que estamos intentando terminar y va de forma implacable a filtrarse. Los tombos y los milicos van a empezar a hablar, algunos ya están hablando, y toca oírlos. Los niveles de violencia en las fuerzas armadas van en ascenso, este año se mataron, hasta octubre, como 46 soldados, y pretenden aliviar eso poniéndoles psiquiatras y seguimiento psicológico a ver si se dejan de suicidar, en lugar de cambiar la forma en que tratan a su personal.

V

Mi servicio militar terminó sin traumas, la verdad, pero con una sensación perdurable de tiempo perdido. No ha sido así para muchas otras personas, y mal que bien, me considero afortunado.

Este texto pudo ser un historial de agravios documentados pero la verdad preferí hablarles de cómo tuve que vivir esa institución que hacer una compilación documentada del asunto. Creo que es absolutamente idiota hablar de una institución en tercera persona, sobre todo de una que para mal o bien todos hemos tenido que sufrir. Es imposible no tomar posición porque, como dice Akala, todos estamos expuestos a, e influenciados por las experiencias que tenemos, y lo mejor es intentar, desde ahí, ser lo más justos posibles.

Yo no sé si han leído la constitución del 91, o si de veras hemos pillado ese texto en lugar de repetirlo como loras. En mis viejas clases de democracia en la secundaria nos dijeron que éramos hijos de esa constituyente, aunque crecimos viendo cómo gobierno tras gobierno se ha hecho el marica con su cumplimiento. En el capítulo 7 artículo 218 dice que las fuerzas armadas, y en especial los tombos, deben ‘asegurar el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos, las libertades públicas y la convivencia pacífica entre los colombianos’. Ahora que se acaba de morir Dilan como consecuencia de un tombo del ESMAD que le disparó de espaldas y a la cabeza, ahora que hizo falta que los 18 niños en San Vicente del Caguán fueran presentados como bajas guerrilleras, ahora, pienso que nunca habíamos estado más lejos de ese propósito y, al mismo tiempo, tan cerca.

Las demandas del paro tienen que pasar por una reforma de las fuerzas armadas y el balazo envenenado que les está pudriendo la cabeza.

Este país está produciendo asesinos, y eso tiene que parar.

______________________________________________

[1]  Recuerdo soñar despierto con que acabara el servicio y presentarme a la universidad o ir a museos, o leer un libro completo alguna vez o… no sé, tener tiempo para tener una cita con Teffa en lugar de verla bajar de la Distrital de vez en cuando y no saludarla por vergüenza a que me viera con ese uniforme… o alguna vaina que no fuera madrugar a formar y correr por toda la ciudad si era necesario.

[2] En Argentina, durante los cacerolazos a inicios de siglo, hicieron los mismo que acá: aterrorizarnos los unos contra los otros, decirnos que el enemigo del pueblo es el mismo pueblo. Dice Fradkin en 2001:

“[…] la crónica de El Civismo ilumina como los “saqueos” creaban otro eje de conflicto, no con las empresas, sino con sus trabajadores: “Se creen que robarle a Norte es un acto de justicia porque la guita se va para afuera. Pero somos más de cien lujanenses que dependemos de este laburo y el afano lo vamos a terminar pagando nosotros”, dijo uno de ellos. Ello se hizo más evidente durante el viernes 21 cuando las imágenes televisivas ya no estaban dominadas ni por los “saqueos” ni por los enfrentamientos entre manifestantes y policías. Por el contrario, su nota distintiva eran los grupos vecinales armados para defender sus casas de las “hordas de vándalos y saqueadores” -como no dejaba de llamarlos el cronista de Crónica TV- y la generalización de otra forma de solidaridad, perversa e interclasista: empleados armados para defender sus locales de trabajo, entre ellos muchos supermercados. El conflicto y el enfrentamiento entre ocupados y desocupados parece haber sido, así, otro de los ejes de conflicto: un empleado de un supermercado saqueado en Campana relató que le gritaban “Giles, se quedaron sin laburo”. Ello debe haber fomentado algunas prácticas paternalistas: el mismo periódico mostraba al dueño de los supermercados Coto, felicitando a sus empleados armados de palos y cadenas. Y, según hemos podido saber, la dueña de cuatro mercados habría recompensado a algunos de sus empleados con algunos días de vacaciones pagas en la costa […] La información periodística permite postular sin demasiado margen para la duda que hubo “operaciones” de manipulación de muy diverso tipo, especialmente en los saqueos producidos en el GBA. En ellas parecen haber actuado grupos vinculados al Partido Justicialista y a algunos miembros de la jerarquía sindical, reproduciendo una práctica clientelar que utilizan para organizar sus movilizaciones y que se reclutan en los sectores sociales más marginados (como las “barras bravas” de las hinchadas de fútbol. Esta vez, además, hay evidencia que indica que también hubo intervenciones de grupos de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia, y en particular, de grupos vinculados al coronel Seineldín.”

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