Opinión

20 de Julio: Crónica en medio del paro

20 de Julio: Crónica en medio del paro

José Castellanos
Imagen portada de
Camilo Calderón
2021-08-20

Tras un breve peregrinaje, esta crónica de José Castellanos que aterriza en Laguna Negra se adentra en los pormenores de la hostilidad policíaca, la fuerza de las arengas, la solidaridad y la camaradería de los manifestantes durante el Paro Nacional.

Escucha este artículo (20 minutos):

Hoy, 28 de julio, cuando ya en Suba y en Medellín están en medio de los tropeles, y a probablemente solo minutos de que comiencen aquí en Bucaramanga, empiezo estas viñetas sobre la marcha del pasado 20 de julio. Esa fue la última vez que estuve en una manifestación. Es decir, la última vez que bailé en la calle al grito de “¡Uribe, paraco hijueputa!”, y también la última vez que tosí y lloré por el gas lacrimógeno. Cuando termine de escribir esto, habrán pasado varias horas de los enfrentamientos. Habrán comenzado también en otras ciudades y los heridos se van a contar por decenas. Habrá denuncias por hostigamientos a Derechos Humanos y prensa. También alertas por uso de gases lacrimógenos vencidos y disparos directos (y no parabólicos, como deberían ser disparados esos gases). Todo eso habrá sucedido, otra vez, y escribir esto sobre el pasado va a ser como narrar la realidad mientras sucede en el presente.

*

Nos encontramos en el parque San Pío. Yo llegué antes de las 3 de la tarde, pero el parche llevaba ahí desde la mañana montando la olla comunitaria, el toque de punk y metal, y todos los puntos de venta de banderas, pañoletas, camisetas, comida. La cosa estaba prendida. Había cerveza, porro, mucha música. Gente dándole al slackline, montando tabla, terminando de maquillarse y de arreglar los carteles. Sobre la carrera 33, al occidente del parque, un sindicalista de la USO hablaba al megáfono. Las batucadas se preparaban y las ganas de comenzar a andar subían con el volumen de los tambores. 

**

Cuando comenzamos a marchar es que notamos con más claridad la cantidad de gente. Es difícil ver el comienzo o el final de ese gusano gigante que se agita hacia el sur y que formamos entre todxs. Se mueve a distintos pasos, se expande, se achica, pasa por el sol y por la sombra. Se adapta a las formas del pavimento y de los andenes: dos, tres, cuatro carriles. Suenan, casi sin parar, las bandas: una murga, una cumbia, una samba. La Batucada Guaricha está, también la gente de Lokumbia, poniéndole esos ritmos a las arengas, que son como animales y cambian con los años, aunque quedan en ellas vestigios del pasado.

“¡Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver,
esto no es un gobierno, son los paracos en el poder!”

Algunas son las mismas que cantábamos en la universidad, hace diez años. Y probablemente las mismas que cantamos antes, en los 70, en los 80, en los 90.

“Que se vaya
el puto presidente,
y deje de robarse
la plata de la gente”. 

Otras responden directamente a los últimos años.

“Yo no quiero ser
Un falso positivo
Pa darle vacaciones
A un tombo malparido”

***

Llegamos a la carrera 27 con calle 54. Hay edificios que no conocía, altísimos, que nos dan sombra. Edificios sospechosos para todxs, como los otros edificios que han venido construyendo en la ciudad desde hace varios años. Edificios de narcos, dicen, lavaderos, fachadas. Es imposible que haya tanta plata, tan de repente, tanta gente con luka para vivir en esos apartamentos nuevos. Poca gente sale a los balcones. La barra del Bucaramanga, con su presencia fuertísima y constante en el paro, comienza a cantar el himno de Santander. Me explican que la costumbre en el estadio es cantarlo después del de la ciudad, justo cuando el otro equipo canta el suyo, y así no dejarlo sonar. Yo buscaba otra explicación (“Santandereanos, siempre adelante, santandereanos, ni un paso atrás”, etc.), pero esa me gusta más. Igual, no suena nada mal en estos momentos. No hay crítica al regionalismo que soporte la emoción de esta bulla, encerrada por los edificios altos. Los bombos suenan más duro dentro de ese túnel vertical. Las motos pitan y todxs cantan a gritos. Yo estoy grabando y no quiero que mis gritos sean lo único que se escuche, pero canto entre los dientes. Al himno lo acompaña la pólvora, que en Bucaramanga no falta, y que en esos momentos tenemos que distinguir rápidamente tanto de las papas bomba como de los tiros. Suenan totes, voladores, martinicas. Es difícil grabar así, pues cada explosión hace picos en la grabadora. 

****

Paramos otra vez. Hay vendedorxs ambulantes que suben y bajan entre la gente. Cada tanto compramos una cerveza. Llevamos una bandera con el escudo de Colombia pero completamente negra. La ondeamos de vez en cuando. La gente la mira y la señala, como hacemos nosotrxs con tantos otros carteles y banderas que son capaces de condensar ideas políticas en pocas palabras o en pocas imágenes. A un lado, dos tipos se agarran a puños. “Mucha familia Miranda”, dicen cuando ya somos muchxs rodeando la escena y buscando el chisme. Veo personas con chalecos de Derechos Humanos intentando mediar. No sé qué pasó, pero no parece ser nada importante. Por entre la gente pasa una ambulancia, que no tiene nada que ver con la pelea, y sigue derecho. El día terminaría con 55 heridos, pero esa fue la única ambulancia que vi. En cambio, serán las brigadas médicas voluntarias las que se encarguen de los primeros auxilios. 

—¿Por qué estamos parando tanto? 

—Como que vamos a toda y no quieren que el tropel comience tan rápido. 

La explicación suena tan convincente que solo me puedo reír. Estamos marchando por la carrera 27, esta vez hacia el norte, y vamos a terminar a la entrada de la UIS. Sabemos que marchamos hacia el tropel. Siempre es así. En Colombia, salir a marchar es comenzar en un carnaval y terminar en un campo de guerra. Igual, la tensión es emocionante. 

*****

Pasa un parche de la barra: 

“Vamos, Leopardo,
hay que poner más huevos,
porque esta hinchada,
ganes o pierdas, te alentaremos”

[con el ritmo del coro de “Muchacha triste”, la de Los Fantasmas del Caribe].

Tenemos que ir al baño (las cervezas) y aprovechamos una nueva parada para entrar a una estación de servicio. Hay más edificios nuevos a su alrededor. Cuando salimos del baño ya la marcha va adelante. Al final va parte de la Primera Línea. Llevan cascos, máscaras, escudos hechos de canecas, tablas, tapas de tanques. Nos dicen que no nos quedemos atrás. Más adelante, otro grupo de la barra. Todos con camisetas del Atlético Bucaramanga, puestas o amarradas a la cabeza o la cintura, tatuajes con el escudo del equipo, leopardos, fechas. Me impresiona mucho la presencia que tienen en el paro, la fuerza con la que se organizan para estar aquí y allá, en la olla y en los murales, para no parar de cantar, y para enfrentarse al ESMAD como lo han hecho por tantos años. No son las mismas personas de la Primera Línea, pero la mezcla es constante. También hay conflictos entre ambos grupos, claro, y más tarde voy a escucharlo. No me sorprende, tampoco, ni me entristece. El paro no tendría la fuerza que tiene si no fuera lo que es, esta cosa heterogénea y mutante; hermosa por lo extraña.

******

Cuando llegamos al Mesón de la Resistencia (el nuevo nombre del Mesón de los Búcaros) la gente comienza a quedarse. Sigue habiendo muchxs vendedorxs ambulantes, seguimos tomando cerveza. Nos encontramos con más gente conocida. Pasa alguien corriendo, tiene un puñal larguísimo en la mano. A veces se voltea y da algunas lanzadas al aire. Detrás de él viene alguien que grita que lo cojan. El tipo del cuchillo es alto, y corre con cara de asustado, algo pálido. Los vemos alejarse y parece que al rato lo cogen. Nadie se quiere acercar, claro, así que solo especulamos desde lejos sobre lo que pasó y sobre lo que le harían al que cogieron. ¿Era un ladrón? ¿Le van a dar en la jeta? Queda una preocupación mínima en el ambiente, que se diluye mientras pensamos en qué hacer: ¿seguimos marchando o nos quedamos en el Mesón, como está haciendo tanta gente? Muchxs aprovechan y rayan las paredes. Yo le pego una mirada al mural que habían borrado con ayuda de la policía hacía algunas semanas. Dice “Estado genocida” y luego “6402”. Entre las dos palabras hay una caricatura de un miembro del ESMAD como un cerdo, una especie de zombie con colmillos. La repintada se celebró, sobre todo porque fue muy rápida y mucha gente la apoyó. Pero no pasó muchas críticas. Los parches veganos y feministas le reprocharon la machería. La caricatura dice “Las perras del Estado”. 

*******

El ESMAD comienza a aparecer. Nos acercamos a la UIS y dejamos atrás un parche grande de gente que se quedó en el Mesón. Hay gente que va y viene entre ambos lugares. Ya está oscuro y todos los locales de la carrera 27 están cerrados. Hay gente en las ventanas de las casas, que en ese sector son edificios bajos. Nosotros llegamos a la altura de la calle 12, vamos por algo de tomar (agua, té en botella, cerveza), unos Choclitos, Choco Ramo, y nos sentamos sobre el separador de la avenida. Vemos a la Primera Línea que se alista. Están rompiendo los adoquines y amontonan los pedazos en algunos lugares. También van prendiendo montoncitos de basura aquí y allá. En la calle 14 montan una primera barricada. El helicóptero que nos ha venido siguiendo suena cada vez más cerca. Cuando lo miramos, está acosado por láseres verdes. Tenemos uno de esos y nos sumamos a la azotada. “¡Dele a esos pirobos!”, “¡Buena, compas, no los dejen ver una mierda!”. Nos sentamos a parchar y a darle al helicóptero, a compartir los Choclitos y a esperar que comience el tropel. El helicóptero prende las sirenas y todxs sentimos que algo cambió.

********

No recuerdo qué hora era cuando sonaron los primeros disparos de los gases y vimos la tanqueta allá en la 14. Avanza muy rápido hacia la Primera Línea. Suenan las papas y se ve la nube de gas hacerse más grande. La avanzada de la tanqueta fue a toda mierda, parecía que iba a llegar hasta nosotrxs en cualquier momento. Comienza a llegar la gente corriendo. “¡No nos dividamos, ñero!”. Hay personas que llegan llorando, gaseadas. Me acuerdo de que en Bogotá nunca salía a marchar sin leche o vinagre encima. Lo digo en voz alta y termina siendo un recordatorio para todxs. En la tienda venden papeletas de bicarbonato de sodio, otra opción para echarse en la cara cuando tiran el gas. Vamos y conseguimos un par, más de las que necesitamos, por si acaso tenemos que darle a alguien durante la noche. Volvemos a la 27 y después de un rato hay otra avanzada. Nos amontonamos y vamos hacia el caballo de Bolívar, en la rotonda de la calle 10, y seguimos hacia la UIS. Encima de la portería de la universidad está montada una barricada. Hay una fogata y gente que nos da instrucciones. Se siente como entrar a una fortaleza, desde la que sale el sonido de la banda que no ha parado de tocar. Cuando vamos entrando, una voz femenina grita: “¡Vamos a colaborar para estar adentro! ¡Tanto que querían entrar y ahora que entran no hacen nada! ¡A ver, a prender fogatas, a buscar cosas para prender! ¡Los que no estén haciendo nada, a traer piedras!”. Pasan personas con maderas, con ladrillos, incluso con una zorra en la que cargan paneles de metal. En algún momento comienza a sonar una cumbia villera.

*********

Hace como una hora que comenzó el tropel. Es un tire y afloje constante en el que el ESMAD entra con violencia y gasea rápido, echa agua, lanza aturdidoras, dispara de frente. Lo reciben con piedras, molochas, voladores y otra pólvora. Y después retroceden y baja la intensidad. En esa gaseada, mucha gente echa hacia atrás. Los gases entran a la universidad. Adentro hay gente que se encarga de ahogarlos o devolverlos. Quienes no tenemos cascos ni gafas ni escudos ni guantes tenemos poco más que hacer que ayudar en las fogatas. O simplemente estar, cantar, tomar cerveza, y acompañar a la Primera Línea. Es evidente que estar ahí es una experiencia de formación política violenta y cruda. Hace un par de horas veníamos marchando entre las canciones, entre carteles coloridos, disfraces, arengas, discursos. Ahora tenemos que ayudar a gritar “¡Brigada!”, porque viene una persona ahogada, llevada por los hombros. O “¡Abran paso!” porque otra viene con la cara ensangrentada. Adentro hay muchas personas que, con una botella de spray, ayudan a las que llegan gaseadas, echándoles leche o agua con bicarbonato en la cara. Afuera está la Primera Línea, están lxs representantes de Derechos Humanos y la prensa independiente y popular, a pocos metros de una policía que, con equipos que superan los varios millones de pesos, diseñados para hacerles daño, les apunta al cuerpo.

**********

En una de las retiradas del ESMAD, salimos otra vez de la UIS. Vamos hasta el Caballo. Desde ahí se ven bien los dos puntos desde donde avanzarán más tarde: hacia adelante, la carrera 27 con calle 14. Y hacia arriba, la entrada del parqueadero del estadio Alfonso López, sobre la calle 10. Desde ahí monitoreamos el momento en que tendremos que volver a entrar. Allá se ve el gas, suenan detonaciones. Allá está la Primera Línea, intentando mantenerlos al margen. Aquí alguien se trepa a la estatua de Simón Bolívar en su caballo. La quieren tumbar. Pero la arremetida viene rápido y le toca bajarse y salir corriendo con nosotrxs, otra vez hacia la universidad. Más tarde volvemos a salir y vuelve a haber otro intento. En ese momento se suben dos, alguien les lanza unas cuerdas. Hay discusión. Otra persona les grita que no lo tumben, que es un símbolo importante para la UIS y para la resistencia. Otro responde que si no sabe la historia de Bolívar, o qué, que si no sabe que se declaró dictador, o qué, y que masacró a la gente en Pasto. Que ese hijueputa no simboliza nada.

—Si la quiere tumbar, no la coja de las patas, tiene que ser del cuerpo del caballo y de la cabeza de Bolívar. De las patas no la tumba nunca.

Las cuerdas son grandes y gruesas. Ya hay bastante gente alrededor y todxs miramos a los dos que están allá subidos. Pero alguien grita que vienen por abajo, los del caballo se asustan y con ellos otras personas. Muchas salen corriendo. Otras escuchamos que no corramos, que no se ve nada, que eran otras motos. Nos quedamos, aunque alertas. 

***********

Otro susto: viene mucha gente corriendo. Esta vez me hago un poco a un lado del portón de la UIS y veo a la gente entrar. Vienen muchxs. Vienen cantando y saltando. “¡El que no salte es tombo!”. Salto, claro, y luego voy entrando lentamente, casi que dejándome llevar por el ritmo. En la mitad del grupo viene una moto de policía, pero manejada por alguien de Primera Línea. La llevan entre más cantos y gritos hasta la plaza frente al auditorio Luis A. Calvo. 

“¡Ay, policía, qué vida elegiste vos,
reprimir a la gente es tu vocación!
Matar a la gente pobre es tu profesión,
y así brindarle a los ricos la protección.
¡Ya van a ver!
¡Las balas que nos tiraron van a volver!”

Aceleran y el motor retumba, sube los ánimos, hay risas y caras muy alegres. “Ya van tres motos”, dicen por ahí. Lxs muchachxs tienen los ánimos subidos, y también todxs a su alrededor. “¡Hoy vamos ganando!”. Poco a poco comienzan a llegar los gritos de gente que viene de afuera: “¡A ver, huevones, que volvió el ESMAD! ¡Saquen esa moto que nos van a dar duro!”. No bajan los ánimos pero sí sacan la moto. Al rato se pueden ver desde adentro las llamas altas, por las que pasan los disparos de los gases. 

************

—¿Lo jodieron al fin, perrito?
—Me jodieron peye. Por andar allá metido al frente y sin escudo.
—¿Gasazo?

—¡Uy, coma mierda!
—Rebotó en un escudo y pasó en medio de dos. Yo acababa de salirme de atrás de un tanque que tienen allá adelante.
—Uy, marica, qué gasazo perro sapo hijueputa
—No, y aparte que uno queda todo idiota. Ese pitico y toda esa mierda.
—No, paila, no hay que meterse allá sin protección.

—Esa mierda venía dando vueltas a toda velocidad. Y este pantalón todo delgado. Si yo no tuviera guantes –tenía guantes también buenos–, me quita un dedo ese hijueputa. Yo como que lo tapé un poco. Tenía estos guantes, pille. No son muy buenos pero algo hicieron.

—Imagínese ese golpe en la cara.

—Y a los chinos les tiran eso al cuerpo, marica, muy agrestes. 

—Los manes están rabones por lo de las motos.
—¿Qué le dijeron los médicos, que grave? ¿Cortada?

—No, marica, el golpe me dejó acá un hueco, con morado así alrededor. Y acá un chichón ni el hijueputa.
—Pero ahí le vi sangre.

—Sí, obvio, también está todo quemado. O sea aparte de que está golpeado, morado así una gonorrea, como hasta hinchado, está abierta la piel, se quemó, por acá, por acá y por acá.
—¿Le hicieron limpieza o qué?
—Sí, me echaron como agua de esa salinizada, esa mierda.
—Imagínese ese golpe en una güeva.

—¡Uy, sí, la sacó barata! Se salvó como por una mano.
—No, marica, sí, yo pa qué me quejo tanto. Había otro man con la cabeza reventada. Y eso que yo tenía gafas, máscara, estaba más cubierto, pero me traigo este pantalón… Casco, marica, eso sí es importante. Me pasó uno así silbando, y yo ¡uy, jueputa! Marica, esa mierda lo coge a usted en la jeta y lo mata.

—¿Y usted quedó ahí listo o podía caminar?

—Podía caminar, pero fue una sensación muy áspera. Tenía unas gafitas de piscina y yo no me había dado cuenta y tenían un sticker porque estaban nuevas. Yo sí decía ¡yo no veo un hijueputa! No veía sino la silueta de la hijueputa tanqueta. Pero claro, sí protegían del gas. Oiga, eso es la otra, a un parcero que ni siquiera estaba tropeleando le cayó una y le jodieron un ojo. 

—No, es que uno no puede no estar pendiente. Así no esté allá adelante, en medio de esto toca estar re pilo. 

*************

“¿Usted sabe cómo se pone esto?”, me dijo y me mostró el casco que tenía sobre la cabeza. Era un pelado, de por ahí 14 años. El casco rojo le quedaba volando. Entre varios intentamos arreglar las correas que tienen esos cascos por dentro, un sistema raro. Parecía que tuviera muchas cosas sueltas. No fuimos capaces, al final, pero se lo amarramos con la camiseta que tenía en la cabeza y por lo menos parecía que no se le fuera a caer. Antes de irse, nos pidió unas monedas. Algo le dimos. Al rato, el casco terminó en el piso. Lo recogió y se lo dio a alguien que le pasaba por el lado. Por lo menos las gafas todavía las tenía puestas, unas gafas amarillas de piscina.

José Castellanos nació en Bucaramanga en 1992 y es crítico literario. Entre 2014 y 2019 fue miembro del comité editorial de Sombralarga, revista de literatura colombiana. Sus ensayos y entrevistas han aparecido en esa revista, en Arcadia, el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República y la revista española CTXT. Cofundador y tallerista de Rapsoda, escuela itinerante de rap y literatura. Ha sido profesor de lengua y literatura. Actualmente es estudiante del doctorado en Español de la Universidad de Notre Dame, Indiana, donde investiga sobre la relación entre seres humanos y animales en el conflicto colombiano a través de la cultura.

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