Análisis

Silverio

Silverio

Cristian Moreno
Imagen portada de
2020-12-05

Vestido de gala plateada y roja, el fenómeno de Chilpancingo parece un hombre pequeño ante cualquiera sea el tamaño del escenario al que suba: piensa uno en el tío gordo mecánico, o en el frustrado primo que aún frecuenta anciano y ebrio los prostíbulos. Piensa uno, quizá, en las fotos familiares que sabemos viejas por la indumentaria paternal en ellas (bigote de Pastrana, paseo de olla, chanclas, colores vivos, sonrisas amplias y la sensación de que el mundo era más grande aunque familiar). Objetivamente, y para usar una expresión aviejada, Silverio se ve como un tío pasado de moda, como si hubiera saltado de esas fotos al presente.

Antes de la presentación de Su magnificencia pensé que era un degenerado básico: una canción más una prenda menos, un insulto recibido un insulto emitido, un cruce entre stripper caído en desgracia y un DJ con la contextura de un albañil alcohólico. Luego de tomar agua de su propia bota sudada, luego de exhibir su tanga ardiente, vi que es todo eso y más. Me terminó de convencer Su auto-prédica, la declaración de Su esplendor indiscutible:

<x-poetry>‘me escribí una canción a mí mismo, la llamé Súper Ídolo‘<x-poetry>

Silverio agrega su persona a la mofa de la superestrella. Inscribirse en ese legado, convertirse en un inmenso dedo del medio y estar dispuesto a meterlo en su propio recto y luego hacerlo oler a su público desprevenido, lo emparentan con una larga cadena de auto-burla, lo emparenta tanto con Marilyn Manson (ejemplo glorioso de una estrella en pública y declarada decadencia) como con los Sex Pistols (el más prefabricado y vulgar de los chistes ingleses). Una vez monta a su consola entiendes que el escenario no puede contenerlo, entiendes que Su contemporaneidad te convierte en una antigualla andante: Silverio es tan de ahora que parece de anteayer. Silverio es tan de vanguardia que resulta punk. A Sus imprecaciones y escupitajos se suma la queja constante de Silverio:

<x-poetry>‘mucha ropa ahí abajo’<x-poetry>

Sí. Ahí abajo. Porque una vez sube a Su escenario el acto se divide en dos: el que hace y al que le hacen… A Silverio le gusta hacer arriba. Según oí le gustaría que le hicieran, pero pocos públicos se han atrevido. Mientras tanto, Silverio reflexiona lacónico sobre su quehacer artístico:

<x-poetry>‘música para hacerse violencia’<x-poetry>

Él mismo un producto escupe a su clientela impelida a consumir Su producto, pero impedida para su comprensión. El público pacato de Rock al Parque que asistió intoxicado de humos y alcohol (o peor, con ganas de ver algo exótico) no sació las expectativas de Su majestad; no hubo euforia desnuda, no hubo histeria colectiva. Hechos mierda por el frío y las drogas, en contraste con la entrega de Su Majestad los bogotanos aplaudimos con indiferencia y respondimos de forma harto convencional a Su provocación: tirando basura al escenario.

Piadoso, Silverio se pasó esa basura por el culo antes de devolverla a su origen. Luego terminó el show de forma más o menos abrupta.

Silverio apiade al público que esté a su altura.

Yo estuve ahí abajo. Seguimos ahí abajo.

Nota: un canino salido de la nada trató de follarse una gente sentada sobre un plástico mientras sonaba Perro de Silverio. Silverio lo predijo en todo caso: <x-poetry> ‘música para procrearse’<x-poetry> Eso había dicho en uno de sus repetidos intentos por dar razón de su labor artística. Incluso las bestias se ven impelidas por la música de Su Majestad Imperial. A diferencia nuestra, ellas lo comprenden. I wish I was a naked horny dog.

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