Ficción

L.P.D. Departamento Libertario de Policía

L.P.D. Departamento Libertario de Policía

Tom O’Donnell
Imagen portada de
Camilo Calderón
2021-06-04

No es casualidad que los defensores del libre mercado y su desregulación hayan adherido a la marcha de los defensores de Dios y la Patria . Ofrecemos está traducción de un breve cuento de Tom O'Donnell a todos aquellos que batallan día a día con las paparruchas libertarias en redes, o, Dios no lo quiera, en vivo.

Estaba inyectándome heroína y leyendo El manantial en el asiento de mí patrulla privada cuando entró una llamada. Metí una moneda de veinticinco centavos en el radio para activarlo. Era el jefe.

 

—Malas noticias, detective. Tenemos un caso.

—¿Qué? ¿El alcalde intenta prohibir las grasas trans otra vez?

—Peor. Alguien acaba de robar cuatrocientos cuarenta y siete millones de dólares en bitcoins.

 

La jeringa con heroína casi se me cae del brazo.

 

—¿Qué clase de monstruo haría algo así? El bitcoin es la moneda perfecta: virtual, anónima, sin estado. No está sujeta a la manipulación arbitraria de un gobierno, representa la verdadera libertad económica. ¿Tenemos alguna pista?

—Todavía no. Pero óyeme bien, vamos a averiguar quién hizo esto y lo vamos a atrapar… siempre y cuando alguien nos pague una tarifa justa y acorde al mercado.

—Calma, jefe —dije—. Cualquier tarifa que ofrezca el mercado es justa por definición.

—Por eso eres el mejor detective que tengo, Lisowski —dijo riendo—. Ahora ve y encuentra esos bitcoins.

—No te preocupes. Yo me encargo.

 

Puse otros veinticinco centavos en la sirena. Diez minutos después estaba en la escena del crimen. Era un edificio de oficinas corriente, estrangulado por aceras públicas en todos los flancos. Salté sobre ellas y entré.

 

—¡Home Depot™ presenta: la Policía®! —dije, mostrando mi placa y mi pistola y una pequeña foto de Ron Paul—. ¡Nadie se mueva a menos que quiera hacerlo! —no lo hicieron.

 

—Ahora, ¿quién de ustedes rufianes va a pagarme para investigar este crimen? —nadie habló.

 

—Vamos —dije—, ¿qué no entienden que la protección de la propiedad privada es el fundamento de toda libertad personal?

 

Parecían no entenderlo.

 

—En serio, señores. Sin un fuerte incentivo económico, simplemente voy a quedarme aquí parado y no resolveré este caso. Acepto efectivo, pero preferiría que me pagaran en lingotes de oro o afiches autografiados de Penn Jillette.

 

Nada. Se estaban haciendo los difíciles. Era como si no les importara que hubiese desaparecido una fortuna en dinero virtual inventado para comprar drogas.

Se me ocurrió que simplemente podía esperar hasta que se cansaran. Prendí varios cigarrillos adentro. Una mujer embarazada tosió y le dije que el humo de segunda mano es solo un mito. Justo ahí un hombre de gafas intentó escapar.

 

—Subway™: ¡come fresco® y quédate quieto maldito! —grité.

 

Demasiado tarde. Ya había salido por la puerta del frente. Corrí tras de él.

 

—¡Alto ahí! —grité mientras corría. Él iba más rápido porque yo siempre intentaba evitar pisar las aceras públicas. Nuestro país necesita un sistema de vales para las aceras privadas pero, gracias a la relación incestuosa entre nuestro corrupto gobierno federal y el lobby de aceras públicas, eso nunca pasará. Se me estaba escapando.

 

—Escucha, ¡te pago para que te detengas! —grité—. ¿Cuál considerarías un precio apropiado para detenerte? Te ofrezco un treceavo de una onza de oro y una camiseta manga larga de Bob Barr 2008, XL para hombre, ligeramente usada.

 

Se dio vuelta. En sus manos traía un revólver que según la Constitución tenía todo el derecho de portar. Me disparó, pero falló. Saqué mi pistola, le metí veinticinco centavos y respondí al disparo. La bala dio en un buzón del Servicio Postal de Estados Unidos a menos de un pie de su cabeza. Disparé otra vez al buzón, a propósito.

 

—¡Está bien, está bien! —gritó el hombre lanzando su arma al suelo—. ¡Me rindo, detective! Lo confieso: yo tomé los bitcoins.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunté mientras le ponía al sujeto un par de esposas traídas a ustedes por yogurt griego Oikos™.

—Porque tenía miedo.

—¿Miedo?

—Miedo a un futuro económico libre de la perniciosa intromisión de banqueros centrales —dijo—. Yo soy banquero central.

 

Me dieron ganas de noquearlo. Hace años un banquero central había matado a mi compañero. En vez de eso, sacudí la cabeza.

 

—Que esto sea un mensaje para todos tus amigos banqueros centrales en las calles —le dije–. No importa cuántos bitcoins roben, nunca nos quitarán el sueño de una sociedad abierta basada en los principios de la libertad personal y económica.

 

Asintió porque sabía que yo estaba en lo cierto. Después pasó su tarjeta de crédito para pagarme por haberlo arrestado.

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Traducido por Alejandro Ramírez para Laguna Negra

Publicado originalmente en la sección Daily Shouts de The New Yorker [link]

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